24 abril, 2013

Historias de Filadelfia

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 Tuve un compañero de colegio con una extraña obsesión: los enfrentamientos hipotéticos. Siempre se estaba preguntando qué ocurriría si Maradona jugase contra Pelé o si Batman se pelease con Drácula. Música, cómics, fútbol, el tema era lo de menos. Tenía un repertorio extraordinario. Lo he recordado al pensar qué pasaría si reuniesen en una misma película a Cary Grant, Katharine Hepburn y James Stewart, solo que esta vez tengo la respuesta: "Historias de Filadelfia".

 Tres gigantes del cine se van de boda y combinan la alta sociedad con la alta comedia. Elegante y descarado, nadie pone cara de falso asombro como Cary Grant. Pretende recuperar a su exesposa, Katharine Hepburn, y liberarla del tipo repelente con el que se va a casar. James Stewart va a cubrir el evento para la prensa del corazón. Su trabajo le parece denigrante, pero tener el estómago vacío, también, y pese al tono sarcástico inicial con el que trata a los ricos, acaba poniendo su mejor cara de pánfilo y enamorándose de la novia. Katharine Hepburn es la hipotenusa que une a estos dos catetos. Arrogante e inaccesible, interpreta a esa mujer que ya se ponía pantalones en una época en la que el resto de las mujeres llevaban falda.

 Uno viaja por toda la película con la sonrisa en la boca sabiendo que ocurrirá lo inevitable. Hepburn busca marido y pretende casarse con alguien que no sea Cary Grant. Vaya tontería. George Cukor ejerce de árbitro en este combate repleto de diálogos brillantes y réplicas que parecen tiroteos en el OK Corral. Con un reparto irrepetible, dirige una de las películas más emblemáticas de la historia del cine, sin la cual sería imposible entender la comedia americana de la época. Una sátira de las clases altas con una amargura subterránea y que habla de la dificultad de querer a alguien. Cukor muestra un mundo claramente emparentado con las historias de ricos de las novelas de Scott Fitzgerald. Un ambiente de alegría financiera, opulencia distraída y gente lánguida, en el que los ricos son profundamente infelices.


                                                                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)

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