03 enero, 2013

In the loop

 Un guión vertiginoso, feroz y escaso de clemencia. Una montaña rusa de situaciones políticas insensatas pero verosímiles. In the loop. Armando Iannucci. 2009. 

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 Nadie lo diría, pero Simon Foster, ministro de desarrollo internacional del Reino Unido, es el espermatozoide más listo de su padre. Ávido por lucirse en las entrevistas, es uno de esos políticos que le dan escaso valor al silencio y se convierten en metepatas congénitos. En vísperas de una guerra hace unas declaraciones desafortunadas y se le echa encima Malcolm Tucker, jefe de prensa del primer ministro y experto en vejaciones y humillaciones verbales: un tipo brillante, egocéntrico y en un estado de cabreo perpetuo que lo asemeja al perro guardián de un desguace. Gracias a sus dotes de embaucador convence a Foster de que es un Kennedy de la alta política y se lo lleva a una gira de despachos, de Downing Street a la ONU, pasando por la Casa Blanca, en la que el ministro lechuguino y sus asesores pardillos muestran la política internacional como un juego reservado a los simios.

 Armando Iannucci dirige esta historia, una especie de versión palurda de "El ala oeste de la Casa Blanca", huérfana de la heroicidad patriotera de la serie y dueña de una visión tan disparatada de la política anglo-americana que es muy posible que se acerque a la realidad. Iannucci fabrica una sátira ingeniosa y efectiva que describe el mundo político como un escenario de trampeos cutres poblado por directores de comunicación, diplomáticos, reidores de chistes malos y asesores de palmada veloz en espalda ajena que convierten cualquier reunión en un patio de recreo para cretinos y cuya única preocupación es hacer carrera. Un estercolero repleto de seres menores preocupados por el eufemismo o la creación de la metáfora definitiva. Sólo hay un elemento en el que el guión de "In the loop" se aleja de la realidad: el uso notable y estimulante de la ironía, una figura retórica desaparecida de la política actual. El miedo atroz a que algo se malinterprete provoca que los políticos se anuden los zapatos el uno contra el otro: manejar la ironía requiere destreza, descaro, incluso una gota de valentía. En ese terreno se mueve la película, el de la carcajada incorrectamente política.


                                                                                                                                           (Publicado en La Voz de Galicia)

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