06 diciembre, 2012

O Brother

 La comedia de hoy fue una de las primeras películas en usar el etalonaje digital en todo su metraje. La invasión de películas con cara de plástico que vino después nos ha demostrado que en pocas ocasiones lo digital procura alegrías así. Los amarillos, ocres y marrones extraídos de una computadora son idóneos para esta historia de Mississippi, folklore, grupos de blues improvisados y John Goodman. O Brother. Joel & Ethan Coen. 2000.

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 Tres prisioneros se escapan de un campo de trabajos forzados en el viejo sur americano durante la Gran Depresión. George Clooney, único heredero de la sonrisa de embaucador de Cary Grant, interpreta al líder de este grupo de palurdos. Posee el don de la labia. Siempre tiene una argucia en la punta de la lengua que le permite escapar de las pruebas a las que lo somete el destino. Su regreso a casa es una enumeración de aventuras absurdas claramente inspiradas en los sucesos narrados en “La Odisea”.

 Joel y Ethan Coen dirigen esta comedia atravesada a partes iguales por una ironía exquisita y una música maravillosa. En su relectura de Homero hay oráculos en vagoneta, bautismos de río, guitarristas que han vendido su alma al diablo, ladrones de bancos que odian a las vacas, sirenas que lavan la ropa en el río y cíclopes estafadores. Los Coen nos ofrecen otra de sus historias excéntricas, presentando a personajes tontos cuyos planes se desbaratan una y otra vez. Nada en su cine ocurre como estaba previsto. Fabrican una película que es una acumulación ordenada de gags, con un guión que ejerce de hilo de unión de todas las perlas del collar con una maestría y un ritmo aplastantes.

 Parece que con su pinta de sabios distraídos los Coen existen para poner en entredicho esa teoría del autor único y grandioso que tanto daño le ha hecho al cine. Uno comienza una frase y el otro la termina, se complementan. Su equipo habitual afirma que trabajan en armonía absoluta.

 Críticos despiadados de esa cosa indulgente llamada American way of life, a menudo retratan su país como una pandilla de bobos atontados por la televisión. Durante muchos años fueron los abanderados del cine posmoderno. Hartos de esa etiqueta, han emprendido un viaje hacia el clasicismo narrativo que todavía continúa. Sólo hay que ver sus últimas películas, de una sobriedad sorprendente. Estos dos tipos salidos de los márgenes de la industria están dejando atrás la desmesura sin dejar por ello de ser iconoclastas. Mejor aún, parece que se divierten rodando historias. Da la sensación de que poseen la extraordinaria virtud de no tomarse en serio.

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