14 febrero, 2013

Los viajes de Sullivan

 Una historia de viajeros tipo low cost. Si uno desea aprender los dos o tres asuntos decisivos de la vida, por ejemplo cómo bajar de un tren en marcha con una rubia en brazos, ésta es su película. Los viajes de Sullivan. Preston Sturges. 1941.

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 Los títulos de crédito iniciales arrancan con un envoltorio que se abre: la película es, por tanto, un regalo. Joel McCrea interpreta a John L. Sullivan, un exitoso director de cine cansado de rodar historias divertidas que de repente se interesa por fabricar grandes dramas sociales. Quiere dirigir una historia que sea un espejo de la vida en los tiempos de la Gran Depresión. Cosa pretenciosa. Busca el peso social de Ken Loach sin sospechar que la risa es más ligera, pero también más profunda. Los jefes del estudio, que huyen de las lecciones morales como de la peste, exigen comedias, musicales, historias de jóvenes que se enamoran con risas, música y piernas. Con la lógica del gerente, solo buscan dinero. No desean rodar algo épico sobre la miseria, y le hacen la peor de las acusaciones: querer ser Frank Capra. Sullivan viste unos harapos y se marcha con diez centavos en el bolsillo. Se convierte en un impostor entre vagabundos con la pretensión de plasmar en una película el sufrimiento de la humanidad. En su viaje le aguardaran las situaciones más delirantes, y pagara un alto precio por aprender que la risa es una forma de libertad.

 Preston Sturges fue el primer escritor que consiguió dirigir sus guiones. Por su primera película, "El gran McGinty", cobro un dólar a cambio de poder dirigirla. Al igual que sus compañeros de pupitre —Wilder, Hawks, Lubitsch—, se especializó en comedias, pero utilizaba el lenguaje de este genero para contar más cosas. En "Los viajes de Sullivan" demuestra que la tragedia no es mejor que la comedia. Repleta de diálogos ametrallados, replicas ingeniosas y dobles sentidos acerca del mundo del cine, Sturges se ríe de si mismo, de Hollywood, de las actrices y de los diletantes con ganas de trascender. Forma parte de una generación de directores que enseñaban sin sermonear, divertían sin renunciar a la inteligencia y nos contaban que las cosas importantes se escriben con letra pequeña. Nunca despreciaban una sonrisa. Sabían que el humor es lo más difícil. Por eso la película está dedicada a la memoria de quienes nos hicieron reír.


                                                                                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

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