27 febrero, 2016

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 The Berlin Wall, Germany, 1962 | Paul Schutzer (1930- 1967).

25 febrero, 2016

La leyenda del indomable

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 Existe la posibilidad de que cuando Howard Hawks proclamó: «Tengo diez mandamientos. Los nueve primeros dicen: ¡no debes aburrir!», estuviese subestimando las grandes posibilidades del tedio a la hora de generar historias. El aburrimiento puede ser absurdo y radiante, incluso puede alterar la economía, como al inicio de 'La leyenda del indomable', cuando Luke (Paul Newman) descabeza con una cizalla todos los parquímetros del pueblo. Hay personas que odian los sitios que suman calor, cantos de cigarra, gasolineras vacías y perros con tres patas, pero sobre todo no soportan que no haya nada que hacer, por lo que dan rienda suelta a su creatividad y procuran ver cómo arde Roma con una lira en la mano, o se inspiran haciendo obra social en un aparcamiento. Luke es un héroe de guerra cuya única medalla es un abridor de cervezas que lleva siempre colgado del cuello a modo de declaración de intenciones. Ese es todo su escaparate. La performance de los parquímetros le cuesta dos años de prisión y 'La leyenda del indomable' se convierte en un relato carcelario sobre la libertad y la negativa tajante de algunos humanos a verse sometidos. Paul Newman interpreta a un tipo rebelde cuya cabeza es un contenedor de soledad. No le importa el hostigamiento, para él flexionar las rodillas nunca es una opción. Imposible de doblegar, enseguida se convierte en la referencia de sus compañeros de cautiverio, que no dan crédito: un hombre libre en presidio, vaya ocurrencia. Los tipos como Luke, aquellos que no saben adaptarse, que solo sobreviven a su aire, libres y despreocupados, fabrican atmósfera, generan tal cantidad de oxígeno a su alrededor que se les permite todo... menos ganar. La sociedad siempre cobra sus disidencias y estos ejemplares suelen morir riéndose del despilfarro que supone su extinción.

 Paul Newman aprovecha 'La leyenda del indomable' para afilar una retranca que un par de años más tarde ('Dos hombres y un destino', 'El golpe') se convertirá en legendaria. Su capacidad para generar complicidad en la grada, su mirada, la más traviesa de la historia del cine, y su compadreo con el espectador son irresistibles. Aquí se mete al público en el bolsillo gracias a la picaresca de esas fugas sucesivas con ladridos de sabueso en la distancia y a esa escena mítica en la que se come cincuenta huevos cocidos en una hora, no se sabe si por ganar la apuesta o, simplemente, por darle la razón a Howard Hawks.


                                                                              (Publicado en La Voz de Galicia)

20 febrero, 2016

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 'Embankment', 1926 | Alexander Grinberg (1885- 1979).

17 febrero, 2016

Las uvas de la ira

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 'Las uvas de la ira', rodada en 1940, se acopla a nuestra actualidad sin esfuerzo alguno. Veamos una de las primeras escenas: una familia de campesinos recibe escopeta en mano a un tipo con una orden de desahucio. El mensajero, airado, se justifica: «Yo solo cumplo órdenes, no tengo la culpa de nada». «¿Pues quién la tiene?», pregunta el granjero. «Vuestras tierras pertenecen a una Compañía», informa el recadero. «Pero esa Compañía tendrá un presidente y habrá alguien que sepa para qué sirve un rifle», amenaza uno de los hijos. «Ellos tampoco tienen la culpa, el banco les dice lo que tienen que hacer», alega el emisario. «¿Y dónde está el banco?», preguntan. «En Tulsa, pero no vas a resolver nada, allí solo está el apoderado y solo trata de cumplir las órdenes de Nueva York». El granjero, confuso e indefenso, se limita a decir: «Pero entonces... ¿a quién mato?».

 Este fragmento ilustra cómo el viento, las tormentas de polvo de la Gran Depresión y la especulación de los banqueros transforman a la gente en nuevos pobres. Personas que vivían y trabajaban en un país boyante que se ha desinflado (una crisis, una guerra) de repente se convierten en marginados gracias a la magia de unas entidades abstractas que los despojan de todo, mediante una burocracia cautiva que garantiza la impunidad. John Steinbeck teclea a martillazos la historia de esta cofradía de desplazados que pasan a habitar las carreteras, las vías del tren o las cunetas, un relato que Nunnally Johnson adapta al cine para que John Ford diriga una película áspera, flaca e inabarcable, y Gregg Toland la fotografíe con una profundidad de campo que llega hasta el presente. 'Las uvas de la ira' narra la desintegración de una familia que se traslada de Oklahoma a California buscando un porvenir, una vida mejor. Emigran agarrados a una falsa expectativa: «En California hay trabajo». Pero la tierra prometida es cruel. No le basta con el sufrimiento, también quiere tu dignidad, y así la familia Joad va siendo diezmada mientras sufre humillaciones y abusos de toda índole. Ford, por su parte, hace que la película progrese a calambrazos rodando algunas de las secuencias más emocionantes de toda su filmografía, como el entierro del abuelo en una cuneta iluminada por los faros del vehículo, o Ma Joad tirando al fuego una postal y unos pendientes antes de partir, es decir, quemando sus recuerdos. Todas estas escenas merodean un concepto que a día de hoy parece cosa nunca vista: se puede ser pobre y digno.


                                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

12 febrero, 2016

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 Untitled (from the series 'East of Eden'), 2011 | Philip-Lorca diCorcia.

09 febrero, 2016

El extraño viaje

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 Fernando Fernán Gómez toma como excusa el crimen de Mazarrón, un doble asesinato famoso en su época, y rueda un relato basado en una idea de Berlanga, al parecer muy aficionado a especular sobre crímenes misteriosos e inventarles una solución. El resultado fue 'El extraño viaje', una película insólita, abandonada en las estanterías de la distribuidora y rescatada tiempo después en un cine de barrio donde recibió el título nobiliario de maldita e imprescindible, y que mezcla misterio, terror y un humor negro que encuentra en aquella España de tricornio, misa dominical y matrimonio obligado el envoltorio perfecto. «Jesús, a dónde vamos a ir a parar: hasta los ladrones se están corrompiendo», exclama María Luisa Ponte, gerente de la mercería y líder indiscutible del grupo de beatas que fiscalizan el pueblo, ante el robo de un corsé. El ambiente rural que retrata Fernán Gómez, poblado por chismosas y parroquianos fisgones, donde una mujer que baila sola es una fresca y un escote deviene en declaración de intenciones, es de una zafiedad y una comicidad portentosas. El alcalde que se dirige al pueblo y silencia a la multitud gritando «¡callarse, becerros!» causa asombro. Sobre todo, porque esta vertiente del arte de la doma de mansos ha llegado con vigencia y energía hasta nuestra actualidad.

 'El extraño viaje' respeta la dramaturgia de esa España negra en la que todo sucede puertas adentro y encierra a sus tres protagonistas en un caserón gótico sin nada que envidiar al de 'Arsénico por compasión'. Tota Alba, parecida a Boris Karloff y con unos brotes de malhumor fabulosos, domina a sus dos miedosos hermanos: Rafaela Aparicio, todo ahogos y risa de cacatúa, y Jesús Franco, que posee el aspecto anfibio y sudoroso de Peter Lorre. La película -y los asesinatos- avanzan a ritmo de esperpento y sentencias luminosas con las que Azcona pulsaría gustoso el 'guardar como' de su ordenador personal. La frase que le dicen al reo tras confesar un par de asesinatos («Coma hombre, que para sufrir hay que alimentarse») la acomodas en 'El verdugo' y el guion le echa el brazo por encima del hombro. Son frases que desguazan una época. Puro Azcona. O puro Fernán Gómez. Sus memorias, 'El tiempo amarillo', reeditadas hace seis meses por Capitán Swing, son un pararrayos: obsequia reflexiones tan fluidas, audaces, lúcidas y precisas que uno necesita echarse hacia atrás para contemplar la altura de un personaje al que, a la edad de tres años, preguntaban qué quería ser de mayor y respondía: «Galán joven». Imposible estar más atinado.


                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)

03 febrero, 2016

Spotlight

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 Contar algo, hasta un chiste, es una labor de contención. No resulta difícil identificar a los grandes narradores del cine (Ford, Hawks, Wyler) si se atiende a la utilización escasa y precisa que hacen de los primeros planos. En cierto modo, un primer plano es parecido a un adjetivo: si no se impone la mesura y al narrador le da un ataque de ornamento, puede acabar con un texto semejante a una lata de melocotón en almíbar. Con frecuencia, tanto en los guiones cinematográficos como en las noticias, los adjetivos son tratados como elementos sospechosos.

 'Spotlight' es el nombre de un equipo de reporteros del Boston Globe. Su trabajo es confidencial y solo reportan al director. Se centran en un proyecto y pasan un año o más investigando. Ya saben, «trabajar a largo plazo», esa cosa pasada de moda. La película traslada a la pantalla un caso real: la historia del grupo de periodistas que investigaron a los sacerdotes pederastas de Boston en el 2001 y la protección que tuvieron por parte de sus superiores. Toda la narración está enfocada en el «procedimiento», el rigor y la minuciosidad de las pesquisas, asunto que Tom McCarthy, el director, muestra con eficacia y concisión. Desde el inicio, una cámara en movimiento muestra la espalda de los periodistas mientras hablan y caminan. Nos dice: seguid a estos tipos, observad su trabajo. Los protagonistas pasan un año sin teclear una sola línea hasta que lo tienen todo bien atado, solo entonces comienzan a escribir con letra bien peinada. Saben que tratándose de la Iglesia el golpe debe ser definitivo. Si fallan, la bestia escapa viva.

 'Spotlight' jamás plantea algo tan bobo como que el periodismo debe buscar la verdad, simplemente sostiene que cuando el golferío se sube a un atril para desmayar el argumento de que los culpables del enésimo escándalo son unas pocas manzanas podridas, alguien debería registrar el barril. No hace falta decir que la película se calienta con los rescoldos del Watergate y apela a los viejos tiempos, aquellos en los que Ben Bradlee ponía los pies encima de la mesa. En ese sentido, 'Spotlight' es un ejercicio de romanticismo. Al final del relato, cuando los periodistas suben al despacho del director, personaje solitario y carismático que el guion ha ido vistiendo con los ropajes del héroe anónimo, y le enseñan un borrador del reportaje, este repasa el texto con un rotulador rojo y, de repente, tacha una palabra. «¿Qué ocurre?», preguntan. Bajo la mirada nerviosa y expectante de todos, con la rotativa calentando en la banda, el director responde: «Nada, un adjetivo».


                                                                                      (Publicado en La Voz de Galicia)