31 enero, 2016

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 Torcello in the Venetian Lagoon, 1953 | Henri Cartier-Bresson (1908- 2004).

27 enero, 2016

Stromboli

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 Era 1946. Robert Capa e Ingrid Bergman frecuentan los cines de arte y ensayo de Manhattan. Son amantes. También compañeros. Un día el fotógrafo le recomienda una película. Ella compra la entrada y un par de horas después, la actriz del momento, aquella por la que cualquier director de Hollywood sustituiría su ojo por un parche con tal de trabajar a su lado, sale impactada del cine. Proyectaban 'Roma, città aperta' de Roberto Rossellini. Dos años más tarde, otra vez en Nueva York, entra en una sala amueblada con cinco o seis espectadores para ver 'Paisà' y, de nuevo cautivada, sus dudas se disipan: es el cine que desea hacer. El 30 de abril de 1948, Ingrid Bergman escribe una carta: «Querido Mr. Rossellini, he visto sus películas 'Roma, ciudad abierta' y 'Paisà' y me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca que habla muy bien inglés, que no ha olvidado su alemán, a la que no se entiende mucho en francés y que en italiano solo sabe decir "ti amo", estoy dispuesta a ir y hacer una película con usted». Estas pocas líneas prosperan y dan lugar al mayor acontecimiento sentimental de su época. Abandona Hollywood dejando atrás familia y reputación y se traslada a Roma. Se convierte en independiente antes de que ese concepto exista. El cine -ya no digamos el mundo- no estaba preparado para alguien como Ingrid Bergman. Rossellini y ella se enamoran, mientras los medios de comunicación y los depositarios de la decencia de los demás los someten a un acoso multitudinario. A punto estuvieron de negarles la entrada en aquella América de los 50 que bebía macarthismo y temía cualquier riesgo de pandemia amorosa.

 'Stromboli' fue su primera película juntos. Una mujer culta y refinada acepta casarse con un pescador para poder escapar de un campo de refugiados y se traslada a una pequeña isla del Mediterráneo a punto de ser devorada por la lava de un volcán. La protagonista encuentra un pueblo que no la acepta y un marido que no la entiende. Cambia una condena por otra. En realidad, Bergman y Rossellini aprovechan la historia para contar su situación personal y alumbran una película de una belleza inhóspita, que retrata de manera asombrosa el recorrido personal de una mujer a la intemperie. Para algunos, 'Stromboli' es la crónica de un cautiverio, para otros se asemeja a una plegaria religiosa. A mí me gusta verla como un documental acerca de un rostro en el que la luz siempre encuentra acomodo. Entre la luz y el rostro de Ingrid Bergman no hay intermediarios, ni siquiera el maquillaje.


                                                                              (Publicado en La Voz de Galicia)

22 enero, 2016

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 Chicago during Wartime, 1940 | John Vachon (1914- 1975).

19 enero, 2016

French Connection

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 William Friedkin prepara una película y le dice a su director de reparto que quiere al actor que trabaja siempre con Luis Buñuel y que aparece en 'Belle de Jour'. Los responsables del cásting le informan: «Se llama Fernando Rey y está disponible». «Oh, estupendo, contratémoslo», responde Friedkin. Cuando Fernando Rey se presenta en Nueva York para rodar el filme, Friedkin lo ve y se percata de que no es el actor que busca. Se han equivocado de persona. El actor deseado era Paco Rabal, que no está disponible ni habla una sola palabra de inglés. Fernando Rey, con su porte aristocrático y su talante refinado, acaba interpretando por casualidad a Alain Charnier, el escurridizo traficante de heroína marsellés de 'The French Connection'.

 Charnier es un malvado con encanto, justo lo contrario que su antagonista, Popeye Doyle (Gene Hackman), un policía bruto y racista cuya única obsesión es darle caza. El guion insiste en mostrarnos las diferencias entre ellos, pero en realidad no son tan distintos. Ambos desean vencer a su adversario a cualquier precio. Esa línea difusa entre el bien y el mal queda dibujada de manera magistral en la escena en la que Hackman arrasa la mitad de Nueva York siguiendo a un tren elevado que transporta al asesino a sueldo de Charnier. Nada importa con tal de cobrar su presa. Este fragmento pasa por ser una de las secuencias de persecución más célebres de la historia del cine. Y puede que lo sea. El brío narrativo de Friedkin asombra.

 'The French Connection' cambia los signos de puntuación del cine policial de la época. Friedkin pone de moda al policía atormentado y autodestructivo que transita por las cunetas de la ley despojado de heroísmos. No construye decorados. Rueda todo en exteriores e interiores reales, con la cámara al hombro y un montaje nervioso que acompaña la crispación de Doyle por barrios pobres, garitos de mala muerte, edificios ruinosos y callejones con escombros. Apuesta por una Nueva York azul, realista, sucia y espléndida. Una ciudad humeante, casi documental, remendada con una fotografía catarrosa, de tono áspero y apagado, que proporciona el atuendo perfecto a una película que convierte en arte la vigilancia, la persecución, el seguimiento y el juego del gato y el ratón, en este caso, protagonizado por dos perros. Uno, el policía, parece un pit bull agarrado a una pelota pinchada. El traficante, en cambio, cauto como un polizón, se asemeja al perro de ese famoso cuadro de Goya. A veces saca la cabeza, pero la mayor parte del tiempo se oculta, tragado por la arena.


                                                                        (Publicado en La Voz de Galicia)

17 enero, 2016

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 Hôtel Atlantide, Gao, Mali, 1988 | Guy Le Querrec.

12 enero, 2016

Uno, dos, tres

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 Quizá algún día, en un ascensor, en la cola del pan, o en el Parlamento Europeo, alguien le pregunte qué es el capitalismo. Puede ocurrir. Si se ve en semejante aprieto, no lo dude, recomiende el visionado de 'Uno, dos, tres'. De propina, Billy Wilder le explicará en qué consiste la globalización, los negocios de altura y el consumo irracional, al tiempo que recetará otro de sus precisos diagnósticos sobre la condición humana. En la época de su estreno, durante la guerra fría, 'Uno, dos, tres' fue calificada de película anticomunista. No es cierto. Es anticomunista, anticapitalista, antiamericana, antialemana, antirrusa, en realidad es una película anti-todo. Aquí no hay piedad para viejos, niños, matrimonios, oficinistas o exnazis. Nadie se libra. Hasta se blasfema contra Frank Sinatra.

 C. R. MacNamara (James Cagney) dirige la sucursal de la Coca-Cola en el Berlín occidental con el ímpetu de una ópera de Wagner. De hecho, a su exuberante secretaria fräulein Ingeborg, con la que aprovecha para perfeccionar la diéresis prusiana, se la podría definir como una valquiria sin cabalgata: su escena del baile encima de la mesa del hotel Potemkin, en la que un miembro del servicio secreto ruso sacude un zapato mientras el retrato de Kruschev se menea, cae, y descubre detrás la imagen de Stalin, ya forma parte de las antologías. Muy a su pesar, MacNamara debe hacerse cargo de la hija del director general de la Coca-Cola en Atlanta, de visita en Berlín. La chica se enamora de un comunista, que aprieta con gran cantidad de signos de admiración expresiones como «proletariado» o «decadencia burguesa», mientras deja a la heredera embarazada y a MacNamara con un problema: tiene tres horas (antes de que llegue su jefe) para convertir al joven bolchevique en un capitalista convencido si no quiere perder sus posibilidades de ascenso.

 Siempre se afirma que 'Uno, dos, tres' no es la mejor película de Wilder. No importa: la mejor película de Wilder son una docena. Esta sátira, concebida por un pistolero (o dos, no hay que olvidar a Diamond), posee los diálogos más rápidos de la historia del cine y un ritmo frenético que roba la respiración al espectador, convertido en un ente atrapado y zarandeado, incapaz de apartar la mirada de la mecha de este cartucho de dinamita elaborado con réplicas de motosierra, situaciones disparatadas y afirmaciones patrióticas fascinantes como la de la mujer del protagonista, que desea volver a su país y dispara: «Nuestro hijo ya tiene diez años y todavía no ha visto un rascacielos».


                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

10 enero, 2016

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 Waiting at the airport, Amsterdam, 1964 | Leonard Freed (1929- 2006).

06 enero, 2016

Los tres entierros de Melquíades Estrada

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 Mike Norton trabaja como patrullero de La Migra, es decir, vigila la frontera entre Estados Unidos y México. Su forma de actuar, violenta y descerebrada, toca techo cuando mata a un inmigrante ilegal y abandona el cuerpo entre unos matorrales, como si fuera un despojo. Se trata del primer entierro de Melquíades Estrada. Unos cazadores encuentran el cadáver y avisan a las autoridades, que actúan con el fastidio del que tiene que abonar una factura. Entra en escena Pete Perkins (Tommy Lee Jones), capataz de un rancho de la región y amigo del fallecido. Sabe quién es el asesino y lo denuncia, pero la policía local se desentiende. Están ocupados en nada, concretamente. Echan tierra sobre el asunto y sobre Melquíades Estrada por segunda vez.

 Perkins había prometido dar sepultura a su amigo donde nació, un minúsculo pueblo al otro lado del río Grande, y elige dinamitar su propia vida para saldar una deuda con un muerto. Secuestra al patrullero y le ordena exhumar el cuerpo y cargarlo en un caballo antes de partir hacia el entierro, esta vez definitivo, de Melquíades Estrada. Comienza así el peregrinaje de un hombre con el aura serena del héroe y de un tipo mezquino obligado a transportar un bulto maloliente a través del desierto. Toda la policía del Estado va tras ellos, pero el argumento de la película, más que una persecución, propone un viaje hacia el alma humana con un guía que frecuenta el sentido de la amistad de algunos personajes de Peckinpah.

 Cuando preguntaron a Tommy Lee Jones por qué quería dirigir, respondió: «No por dinero. Ya tengo suficiente. Quiero narrar una historia en la que yo tenga el control de todo el proceso creativo». Jones produce, dirige e interpreta 'Los tres entierros de Melquíades Estrada' desde la silla del caballo. Y lo hace de maravilla. Su relato fronterizo sobre la línea raquítica que separa al héroe del loco contiene todos los ingredientes (la culpa, la muerte, la expiación) del universo de un escritor, al parecer, muy amigo suyo: Cormac McCarthy. El trabajo de exteriores, rocoso, austero y maravillosamente encuadrado, es digno del mejor Raoul Walsh, uno de los tuertos de Hollywood con prosa de epitafio. La caligrafía seca, concisa y efectiva de Tommy Lee Jones hace prever un futuro con grandes posibilidades de que en su ojo prospere un parche, algo que supondría el adorno definitivo a su rostro de penitente y a su mirada, de una tristeza prehistórica. ¿Alguna vez han visto reír a Tommy Lee Jones? Parece que sonríe llorando. Como si todas las batallas perdidas le hubiesen tocado a él.


                                                                                    (Publicado en La Voz de Galicia)

02 enero, 2016

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 Gas station, Cologne, Germany, 1952 | Karl Hugo Schmölz (1917- 1986).