30 agosto, 2015

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 Huyendo de una tormenta de polvo, 1926 | Steve Douglass.

26 agosto, 2015

Annie Hall

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 Woody Allen y Diane Keaton están en la cola del cine y detrás de ellos hay un hombre pontificando en voz alta acerca de la energía negativa en las películas de Fellini, la misoginia de Samuel Beckett y Marshall McLuhan. Harto de sufrir semejante perorata, Woody Allen se acerca a la cámara y pregunta: «¿Qué se hace cuando se encuentra uno con un tipo como este?». El gran orador se ofende y ambos comienzan a discutir. «¿Qué sabe usted de Marshall McLuhan? Usted no sabe nada de él ni de sus obras», pregunta Allen. «Pues doy una clase en la universidad de Columbia acerca del medio televisivo y la cultura, así que considero que mis opiniones tienen gran validez», responde el de los rebuznos culturales. En un giro surrealista de la situación, Woody Allen desaparece un momento tras un cartel y aparece con el verdadero Marshall McLuhan cogido del brazo, que le espeta al intelectual: «Usted no sabe nada de mi obra. Hasta mis falacias las explica usted al revés». Woody Allen gira la cabeza, mira a la cámara y le dice al espectador: «Amigos míos, si la vida fuese así...».

 Los padres de Woody Allen querían que fuese farmacéutico y lo lograron: su hijo lleva cuarenta años recetando chistes. Por su filmografía circulan los psicoanalistas, la religión, el miedo a la muerte y una hilarante reivindicación del pesimismo. También Groucho Marx, el cine clásico, Sidney Bechet y una gran afición a circuncidar cretinos y pedantes. Sus puyas a los intelectuales y el postureo son tan antológicas que espero con ansia el día que empiece a hacer chistes sobre concejales de Urbanismo.

 Con 'Annie Hall' abandonó la estructura de sus primeras películas, que simplemente encadenaban un gag tras otro, y comenzó a sacrificar algunas carcajadas para contar un relato más adulto y mucho más trabajado en el guion. En la narrativa de Allen se cuela la melancolía de Billy Wilder y el vértigo y la esgrima verbal de las comedias de los años 30, sustituyendo el disparate absoluto de la 'screwball comedy' por una mezcla de humor y tribulaciones como las que sufren los dos protagonistas de 'Annie Hall', que se enamoran, se desenamoran y siguen adelante. Hay días en que nuestra realidad porcina se asemeja a una risa enlatada. Cuando eso ocurre, está la opción de agarrarse a una comedia de Woody Allen, con su media docena de reflexiones geniales y la garantía de que la frase más graciosa siempre es la siguiente. Amigos míos, si la vida fuese así...


                                                                               (Publicado en La Voz de Galicia)

23 agosto, 2015

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                                                        Raymond Chandler en un fotograma de 'Perdición'.

 «Vivimos en lo que se llama una democracia, el gobierno de la mayoría, un espléndido ideal si fuera posible hacer que funcionara», le dice Potter. «El pueblo elige, pero la maquinaria del partido nomina, y las maquinarias del partido, para ser eficaces, necesitan mucho dinero. Alguien se lo tiene que dar, y ese alguien, ya sea individuo, grupo financiero, sindicato o cualquier otra cosa, espera cierta consideración a cambio [...] Hay algo muy peculiar acerca del dinero. En grandes cantidades tiende a adquirir vida propia, incluso conciencia propia. El poder del dinero resulta muy difícil de controlar.»


                                                                      'El largo adiós'. Raymond Chandler (1888- 1959)

20 agosto, 2015

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 Clearing Winter Storm, Yosemite National Park, c.1940 | Ansel Adams (1902- 1984).

18 agosto, 2015

Bésame, tonto

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 Cada vez que se habla de 'Bésame, tonto' surge un lugar común que todo el mundo repite: Walter Matthau y Jack Lemmon deberían haber ocupado el lugar de Cliff Osmond y Ray Walston. En realidad nada de esto importa. Porque está Dean Martin haciendo de sí mismo, o sea, de 'crooner' canalla, como si le hubiesen adjudicado una corresponsalía del Rat Pack, y aún más esencial: están Felicia Farr y Kim Novak, ambas asombrosas, compitiendo en sensualidad mientras manejan a su antojo la temperatura de la película.

 Dos escritores de canciones aficionados sueñan con colocar un tema y vender millones de copias. Olfatean su gran oportunidad cuando Dino, un conocido cantante de Las Vegas, mujeriego y sinvergüenza, aparece en su pueblucho. Uno de los compositores aloja en su casa a la estrella y sustituye a su esposa (Farr) por una prostituta de curvas mortales sin señalizar (Novak), a la que pretende utilizar como cebo sexual para sus fines comerciales. Se convierte en alcahuete para vender una canción. En una curiosa vuelta de tuerca del enredo, los papeles se invierten y la verdadera esposa acaba durmiendo en la caravana de la prostituta y acostándose con el playboy.

 'Bésame, tonto' fue boicoteada en todo Estados Unidos. Homilías de clérigos victorianos arremetieron contra Billy Wilder y su forma de tratar el adulterio. Incluso la Liga de la Decencia logró que la estrenaran con la clasificación C (condenada). Era una «amenaza para las familias», una «plaga moral», una «vergüenza», trompeteaban. La crítica también fue implacable. Una farsa sexual burda, indecente, repleta de chistes sucios y poco más, resumieron. Insultado y profundamente amargado, Wilder se marchó a Europa y desapareció una temporada. Fue su primer gran fracaso.

 Vista con ojos de hoy, 'Bésame, tonto' es una comedia maravillosa. Calificarla de obra maestra en una filmografía con semejante medallero suena a redundancia. Una vez más, Wilder ofrece acidez y romanticismo, ingenuidad y melancolía, dobles sentidos y comentarios maliciosos, gente utilizada como mercancía y tipos que pordiosean entre el éxito y la corrupción. Nadie le da la vuelta al calcetín del sueño americano como Wilder. Sus personajes siempre se sumergen en la basura y salen limpios, es decir, sucios... pero dignos. Es su forma de recetar redención.


                                                                                           (Publicado en La Voz de Galicia)

15 agosto, 2015

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 Refugee families on the highway near Lordsburg, New Mexico, May 1937 | Dorothea Lange (1895- 1965).

12 agosto, 2015

Perversidad

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 Un año después de interpretar a aquel agente de seguros capaz de olfatear un cabo suelto a distancias oceánicas en 'Perdición', Edward G. Robinson se pone a las órdenes de Fritz Lang para rodar 'Perversidad'. Acostumbrado a ejercer de gánster y tipo duro en la década anterior, aquí se convierte en un solitario y pusilánime cajero de banco para el que la vida ha transcurrido tras la barrera de su vitrina de cristal. Solo vive para trabajar y su hogar conyugal es un infierno en el que su mujer, despiadada y melindrosa, no le ahorra una sola humillación. Robinson pinta cuadros que nadie ve y sueña con enamorarse de una mujer. El guion le concede ambos deseos: ser reconocido como pintor y caer rendido ante las artimañas de Kitty (Joan Bennett) para que pueda descarrilar a gusto. Kitty combina su absoluta falta de escrúpulos con una extraña ingenuidad y está dominada por su novio Johnny (Dan Duryea), un chulo presumido y chantajista que va desangrando el dinero al pánfilo enamorado.

 Los tres protagonistas ignoran que en el cine fatalista de Lang los personajes rara vez consiguen lo que quieren. Fritz Lang es un arquitecto que hace películas o un cineasta que edifica historias, como se prefiera, algo que resulta evidente al ver su gusto por la geometría, en la que encaja argumentos, actores y líneas del decorado. Su puesta en escena, sencilla y directa, lleva la precisión narrativa a términos aritméticos: en el recuento final no sobra un solo plano.

 'Perversidad' muestra la trastienda del modo de vida americano (el matrimonio, la falsa felicidad, el hecho de pasar tu vida trabajando para que te regalen un reloj) y transita todos los lugares comunes de la filmografía de Lang (el castigo, la culpa, los juicios sumarísimos donde los testigos condenan a un inocente), que, como siempre, consigue su finalidad última: retratar el mal. Un cuchillo que cae y se clava en el suelo, un disco rayado, el parpadeo de un neón, la sombra que proyectan las piernas de un ahorcado o un picahielo son elementos que el director alemán utiliza con maestría para que la locura y la paranoia se cuelen por una rendija, se hagan fuertes, y se apoderen del relato. Sus películas siempre parten de lo cotidiano y evolucionan hacia la pesadilla, en este caso, la demolición de un pobre infeliz, un pintor dominguero que logra, sin embargo, facturar una obra maestra: pintar las uñas de los pies a Joan Bennett.


                                                                               (Publicado en La Voz de Galicia)

09 agosto, 2015



 Banda sonora de 'Los tres entierros de Melquíades Estrada' | Marco Beltrami.

07 agosto, 2015

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 Esposa e hija de un soldado estadounidense frente a unos alemanes desplazados, Alemania, 1946 | Walter Sanders.

05 agosto, 2015

La voz de la montaña

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 Shuichi trabaja como ejecutivo en una compañía de Tokio y a menudo se queda en la capital, emborrachándose y divirtiéndose con su amante, mientras su esposa Kikuko (Setsuko Hara) lo espera hasta tarde junto a sus suegros en la casa que comparten en las afueras. Mikio Naruse no precisa más esqueleto argumental para mostrar, de forma delicada y sencilla, incluso pudorosa, la dificultad de la vida en pareja, el paso del tiempo o cómo la vejez se convierte en sinónimo de estorbo. A Naruse le basta un ronquido para resumir un matrimonio y una mirada de Kikuko para explicar la inocencia inherente al deseo de agradar o la soledad de sentirse despreciada. Es imposible explicar en unas pocas líneas la bondad y el magnetismo que transmite el rostro de Setsuko Hara, baste decir que irradia tal pureza que los desaires de su marido son recibidos por el espectador como puñaladas en el costado.

 Uno ve las películas de Naruse con el alivio que produce saber que no hay nadie intentando colocar un adjetivo aquí y allá. Tampoco hay subrayados, letra cursiva ni aspavientos. Las cosas simplemente pasan, como en el cine de Yasujiro Ozu. Ambos comparten la precisión y el rigor en la composición, la narración pausada y la austeridad en los encuadres. A pesar del exquisito refinamiento estático de 'La voz de la montaña', el director japonés reserva, sin embargo, unos pocos travellings para unir a dos personajes y envolverlos con el movimiento. Cuando la cámara de un cineasta tan alejado de la retórica echa a andar, tiene que haber una buena razón; de hecho, la hay: los paseos de Setsuko Hara con su suegro cuentan una de las historias de amor más hermosas de la historia del cine. Y es hermosa porque no sucede en la pantalla: tiene lugar en la mente del espectador.

 Como siempre en Naruse, la turbulencia ocurre por debajo del radar. La superficie es serena y apacible, como dos árboles que crecen y nunca llegan a tocarse. Pero bajo el suelo la cosa es distinta. En lo subterráneo, en el pensamiento, hay un contrabando sutil e inolvidable. Quizá lo que de verdad merece la pena contar solo debe ser sugerido, parece querer decirnos Naruse. El suyo es un arte basado en la sugerencia, los silencios y la contención verbal, como si las palabras quemasen las manos al agarrarlas.


                                                                                (Publicado en La Voz de Galicia)