30 julio, 2015

 photo josef_sudek_26_zpsm6nybryi.jpg

 Catedral de San Vitus, Praga, 1926 | Josef Sudek (1896- 1976).

28 julio, 2015

Master & Commander

 photo 281- Master and Commander_zpsmvaeljhu.jpg

 Hay películas que tardan años en adquirir prestigio. Esa modernidad antigua y difusa que suelen poseer las obras maestras, al parecer, solo viene apadrinada por el tiempo. Otras películas, en cambio, nacen clásicas. Es el caso de 'Master & Commander', un relato de aventuras navales que huele a salitre, suena a mar batiendo en acantilado y recuerda a Stevenson. Sus paisajes marítimos, siempre a punto de desvanecerse como un cuadro de Turner, sirven de marco para un guion que dibuja, con ligereza y maestría, tres asuntos fundamentales. En primer lugar, se ocupa de contar cómo es la vida en un navío del siglo XIX: un mundo cerrado lleno de rituales, supersticiones (la tripulación consta de 197 «almas»), hacinamiento, disciplina y escasa esperanza de vida. Por otro lado, narra la amistad entre Jack Aubrey, capitán de la Marina británica, y Stephen Maturin, cirujano de a bordo, naturalista y espía a tiempo parcial. Una amistad forjada a golpe de escaramuzas y música: ambos tocan el violín y el chelo, respectivamente. La alegría con que maltratan piezas de Mozart, Bach o Boccherini sirve como pausa o contrapunto al argumento principal: la caza, obsesiva y trepidante, del Acheron, un navío misterioso e invisible que puede decantar la guerra hacia el bando de Napoleón y que traslada la película al lugar favorito de este género: el retrato del mar como territorio de grandes obsesiones.

 La secuencia de apertura con el buque de guerra francés surgiendo de la nada, entre la niebla, o la persecución suicida entre ambas fragatas doblando el cabo de Hornos durante una galerna son ejemplos del oficio de Peter Weir, que hace crujir las cuadernas del barco y de la película con un nervio narrativo asombroso. Weir no es Christopher Nolan. Tampoco es Scorsese. No aspira a que la eternidad venga a darle la mano ni dirige con un ojo en la cámara y otro en la posteridad. Su reputación es la de un técnico brillante que rueda con la máxima eficacia, de forma desenvuelta y discreta, igual que Raoul Walsh, otro que era resumido como artesano. Ambos concentran sus esfuerzos en contar una historia. Ninguno de los dos llamaría nunca la atención sobre sí mismo con el mal gusto de un chaleco reflectante. Las cámaras de cine no se sienten maltratadas cuando Peter Weir pasea a su alrededor. Están a salvo de pirotécnicos. El espectador, de paso, también.


                                                                                      (Publicado en La Voz de Galicia)

26 julio, 2015



 'Morning Sun' | Melody Gardot.

23 julio, 2015

 photo Negro_boy_near_Cincinnati_Ohio_zpssudgyaxb.jpg

 American boy in Cincinnati, Ohio, 1942 | John Vachon (1914- 1975).

22 julio, 2015

Fuego en el cuerpo

 photo bodyheat_zpsmb7jgdep.jpg

 Ned Racine, abogado propenso al chanchullo y protagonista de 'Fuego en el cuerpo', no es un gran aficionado al cine negro. No ha visto la presentación de Jane Greer en 'Retorno al pasado', entrando con su majestuoso vestido blanco en un bar de Acapulco para convertir la vida de Robert Mitchum en una rotonda sin salida. De lo contrario, Racine (William Hurt) estaría prevenido acerca de las mujeres que aparecen repentinamente con vestidos blancos, regalan laberintos a su paso y hacen que los ojos de uno comiencen a funcionar al ralentí. Matty Walker (Kathleen Turner) solo necesita un puñado de fotogramas para disparar el termostato de la película y convertir a un incauto en una polilla agonizante. «No soy un palurdo», afirma él una vez dentro de la rotonda, como si a esas alturas no supiésemos que no hay mejor pardillo que aquel que se cree inteligente. 'Fuego en el cuerpo' narra la historia de un hombre solitario que conoce a una mujer maquinadora y se deja convencer para asesinar a su marido.

 El argumento imita la pauta de aquellos relatos triangulares de James M. Cain (quizá 'El cartero siempre llama dos veces' sea el referente más famoso) al tiempo que sigue el poderoso rastro de 'Perdición'. Lawrence Kasdan toma el esqueleto del guion de Wilder y le hace un traje nuevo añadiendo nuevos complementos. No necesita castigar a los culpables al final como en el cine criminal clásico y va mucho más lejos al trabajar el clima de la película. A Kasdan le sobra talento para demostrar que el erotismo en el cine no es cuestión de desnudos sino de temperatura, de atmósfera. Humedad, calor pegajoso, pieles brillantes, sexo y codicia aprietan la película hasta que entra en combustión. Pero por encima de todo está la incandescencia de Kathleen Turner, una mujer fatal como no se había visto en años. Astuta, implacable, con unos ojos turbios capaces de incendiar el planeta y una facilidad asombrosa para enroscar la realidad hasta convertirla en una hermosa traición shakesperiana. Matty Walker desayuna crímenes perfectos, merienda códigos de moralidad y, en las noches de niebla, acuna oscuros pecados con la mirada. Si Ned Racine hubiese visto más cine negro, se habría percatado de que Fred MacMurray, al inicio de 'Perdición', mientras confiesa su crimen al dictáfono de su amigo Edward G. Robinson, escribe el epitafio de su fascinación por Matty Walker: «Lo maté por dinero y por una mujer. Y ni conseguí el dinero ni la mujer».


                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)

19 julio, 2015



 'The first time ever i saw your face' | Roberta Flack.

07 julio, 2015

Pat Garrett y Billy the Kid

 photo Pat Garrett_zps3i4i5o3c.jpg

 ‘Pat Garrett y Billy the Kid’ es una balada dirigida a un mundo en vías de extinción. Sam Peckinpah narra el pasado de Estados Unidos y a la vez apunta el futuro que se avecina con su particular forma elíptica de rodar, contándolo sin que lo veamos. Su eficacia como narrador convierte al espectador en cronista de una elegía sobre el fin de la frontera, de las leyendas y de los tipos que sobran cuando llega la civilización. Los grandes ganaderos de Nuevo México pretenden limpiar el territorio de forajidos para que la zona pueda seguir prosperando y creciendo, y para proteger el interés común. El suyo, por supuesto. La gente de orden y el progreso no entienden de discrepancias, solo de sometimientos, y nombran Sheriff a un antiguo pistolero, Pat Garrett, para que ejecute la purga, que tiene en la cabeza de Billy the Kid a su pieza más codiciada. Dos viejos amigos ahora enfrentados. Garrett tiene miedo a envejecer y se deja comprar, claudica ante la pujanza de los nuevos tiempos y comienza la búsqueda de Billy, en la que va consumiendo atardeceres y muriendo por dentro al asumir que debe matar a un espíritu libre, o sea, matarse a sí mismo veinte años antes.

 ‘Pat Garrett y Billy the Kid’ contiene todo el universo de Peckinpah, con sus tabernuchas, sus ancianos que hablan solos, sus niños jugando con una horca, probablemente los mismos que jugaban a quemar escorpiones al inicio de ‘Grupo Salvaje’, y esos personajes que siempre llegan a tiempo sabiendo que ya es tarde para todo. Romanticismo, melancolía y tipos que merodean su final son los sospechosos habituales de su filmografía. Para entender su manera de recetar poesía a cartuchazos solo hay que ver la muerte del Sheriff Baker, caminando hasta el borde de un río, con las manos en la tripa agujereada. Su mujer lo mira con piedad. Ninguno dice nada. Solo se oye la música de Bob Dylan, que compone una banda sonora que rasca la película como un fósforo la barba de un buscador de oro. Con el mismo cansancio legendario muere Alamosa Bill. Mientras agoniza en el suelo, tras ser abatido en un duelo con Billy, sentencia: «Al menos se hablará de mí». Nadie filma la muerte ni reconstruye los viejos mitos para luego finiquitarlos con una frase como Sam Peckinpah, que aprovecha la negativa de Pat Garrett a convertirse en reliquia para transformar la película en un relato sobre la amistad traicionada, aunque le interese más hablar de otro traidor, el mayor de todos, en realidad: el tiempo.


                                                                               (Publicado en La Voz de Galicia)

05 julio, 2015



 'Summertime' | Carmen McRae (1920- 1994).

03 julio, 2015

 photo KERTESZ_zps7muhqgcf.jpg

 'Chimeneas', Nueva York, 1943 | André Kertész (1894- 1985).