26 septiembre, 2014

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 'Vogue Fashion Photograph', Lima, Perú, 1948 | Irving Penn (1917-2009).

24 septiembre, 2014

La escapada

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 Jean Lois Trintignant interpreta a un joven tímido y aburrido para el que cambiar de marca de yogur cuenta como aventura. Está preparando los exámenes de abogado con la disciplina de un dominico y se topa con una fuerza de la naturaleza como Vittorio Gassman, un tipo casado con un descapotable que extrae poesía de las direcciones prohibidas y está convencido de que el aire se ha inventado para entrar en sus pulmones. A contrapelo, esta rata de biblioteca es arrastrada fuera de su cautiverio por un vividor que se propone desbrozar las carreteras de Italia tocando el claxon, braceando, gritando, apartando coches a su paso y riendo. La extraña fusión de estos dos personajes convierte ‘La escapada’ en una road-movie poblada por ciclistas, seiscientos, domingueros, curas con una rueda pinchada y turistas alemanas a las que Gassman piropea con el ímpetu de un pitbull. Su compañero, sorprendido, pregunta: «¿También hablas alemán?». «No, pero me lo imagino», responde. A Trintignant le asombra el ingenio, el cinismo, su seguridad a la hora de cortejar mujeres y, sobre todo, la forma de vivir el instante de Gassman, que solo parece existir en el presente.

 La capacidad de Dino Risi para crear situaciones repletas de humor y explicar la vida de la Italia de los 60 con dos pinceladas causa asombro. Aquella época en la que subir al autobús era una carrera de obstáculos, cualquier grito generaba una multitud y se podía montar un cisma vecinal porque un niño escupía a otro, resulta tan familiar que uno tiene la sensación de que a la vuelta de la esquina está Azcona anotando estas miserias con una sonrisa. El guión es formidable sin parecerlo. Todo posee tal apariencia de espontaneidad que la película logra el mayor de los engaños: la ilusión de que la historia se está rodando mientras la vemos. El retrato del protagonista, propenso al chanchullo y con el que no hay manera de cabrearse aunque haga cosas irritantes, muestra el talento de esa gente que ha nacido vencedora y se escabulle de cualquier situación con la ayuda de un par de chistes o un comentario pasmoso que contiene ese espíritu que Angela Merkel denomina «ser mediterráneo».  La escena en la que ambos están en un yate, rodeados de mujeres, es un buen ejemplo. Cuando una de ellas le dice: «Oye, tu amigo ni siquiera habla», alguien, que bien podría ser Azcona, responde con soltura: «¿Y te parece poco?».


                                                                                                 (Publicado en La Voz de Galicia) 

21 septiembre, 2014



 'Layla', Madison Square Garden, 1999 | Eric Clapton.

19 septiembre, 2014

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 'Dead Pig', 1960s | Robert Haüsser (1924-2013).

17 septiembre, 2014

Le Week-End

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 Cuando se estrenó ‘Le Week-End’ los aficionados al ‘defínamelo en dos palabras’ se apresuraron a escribir «comedia romántica» en su matrícula. Imagino que hubo algo de precipitación al colocar esa etiqueta tan estrecha en una película cuya amargura, inteligencia y serenidad son contrarias a ese género tan próximo a la ciencia-ficción poblado por seres anormalmente jóvenes, guapos y emprendedores que encuentran el amor verdadero cuando sacan a pasear el perro.

 Los protagonistas de esta historia llena de reproches implacables pasan revista al tiempo de su matrimonio durante un fin de semana en París. El cansancio, la desilusión y el tiempo, con su trabajo subterráneo, han hecho mella en esta pareja, que hace un paréntesis para soplar en los rescoldos del fuego. Igual que en una pintura, comenzamos viendo una perspectiva general, distanciada, hasta que nos acercamos y descubrimos los detalles, los relieves inadvertidos, las pinceladas del pasado y las grietas del presente. El argumento no es nuevo (‘Dos en la carretera’ o ‘Viaggio in Italia’ son dos ejemplos notables), pero los diálogos del escritor Hanif Kureishi desbrozan la cuesta arriba de la convivencia con tanta lucidez y sentido del humor que los personajes terminan por brillar como un cuadro de Rembrandt en el que los episodios luminosos conviven con las sombras más oscuras.

 Su texto es afilado, poco complaciente con la enfermedad actual del autoengaño, y trata la vida en presente de indicativo, sin regates, encajándola con ironía. La cámara discreta de Roger Michell no esquiva las miserias, aunque tampoco ahorra miradas de entendimiento ni escatima compasión entre esas dos personas que no tienen claro si buscan un horizonte o un último hurra pero que se agarran a los resquicios con desesperación. Aún quedan chispazos de complicidad mientras pasean o huyen sin pagar de un restaurante, corriendo como aquellos personajes de las películas de Truffaut cuya felicidad era proporcional al galope, y el tiempo parecía no existir. Aquí el tiempo sí existe, y está explicado en un breve trazo cuando encuentran por la calle a un antiguo amigo de él, un charlatán reconvertido en escritor de éxito, diletante y vanidoso. «Nos conocimos en Cambridge. Estaba un curso por debajo de mí y yo le presenté a todo el mundo», le dice más tarde a su mujer. «¿Y qué ocurrió?». Con la pesadumbre del que acaba de leer a Darwin hace cinco minutos, contesta: «Ocurrió la vida».


                                                                                                  (Publicado en La Voz de Galicia)

14 septiembre, 2014



 'Naima', 1959 | John Coltrane (1926-1967).

12 septiembre, 2014

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 'Ráno' [Mañana], Eslovaquia | Martin Martinček (1913-2004).

10 septiembre, 2014

Los tres días del Cóndor

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 Dominio del suspense, engranaje matemático, ritmo vertiginoso, ‘Los tres días del Cóndor’ parece apadrinada por Alfred Hitchcock. Solo olvida Sydney Pollack incluir ese humor negro que tanto le gustaba al director británico. Incluso el argumento es idéntico a ‘Con la muerte en los talones’: un inocente se convierte en la víctima de un enredo de espionaje que ni siquiera llega a comprender.

 Robert Redford interpreta a un funcionario insignificante de la CIA que sale de la oficina a buscar unos bocadillos y al volver descubre que todos sus compañeros han sido asesinados. Su vida se convierte en unos céntimos que recoges del suelo, se acabaron los lugares seguros para él. Redford es un idealista en una época en la que esta palabra todavía no era sinónimo de pardillo, pero toda esta peripecia hace crecer su escepticismo a golpe de llamada telefónica. «¿Cómo es que yo necesito nombre clave [Cóndor] y usted no?», le pregunta a un superior, empezando a percatarse de que los que nos gobiernan siempre están por encima de la lluvia. Esa simple interrogación muestra sin disfraz el tema del filme: la desconfianza hacia el poder establecido.

 Empresas retorcidas, instituciones públicas sospechosas, democracias con intereses ocultos, trapos sucios. Cóndor adelanta en esta película de 1975 la letrina de la globalización y la sensación de que el mundo se ha convertido en una amenaza: es su propia agencia la que quiere eliminarlo. El asesino a sueldo que le da caza a través de la ciudad está interpretado por Max von Sydow, que es como si Bergman te persiguiese por Nueva York. Este malvado con carisma, sosegado y elegante, posee un pragmatismo tan acentuado que convertiría a Cioran en un optimista. Cuando Cóndor le anuncia su decisión de tirar de la manta y convertirse en un Snowden obligado a vivir por debajo del radar, éste, en un parlamento inolvidable, le cuenta cómo será asesinado: «No tiene usted ningún futuro aquí. Ocurrirá de este modo: usted irá caminando, tal vez el primer día de la primavera. Un automóvil se detendrá junto a usted y alguien a quien conozca, alguien en quien incluso confíe, saldrá del coche. Y le sonreirá con una sonrisa hospitalaria. Pero dejará abierta la puerta del coche y se ofrecerá a llevarle». Luego le entrega una pistola. «Para ese día», remata.


                                                                                                             (Publicado en La Voz de Galicia)

07 septiembre, 2014



 'You only live twice' | Nancy Sinatra.

05 septiembre, 2014

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 Durante un concurso de pastoreo, Nant Peris, 1996 | David Hurn.

03 septiembre, 2014

Más dura será la caída

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 Mark Robson aprieta hasta que no sobra un solo plano y rueda ‘Más dura será la caída’ con la precisión del que fue montador antes que director. Su arranque, directo al grano, sin pérdidas de tiempo, adornos o prolegómenos, tiene el ritmo de ‘La jungla de asfalto’: cada uno de los personajes circula por una Nueva York que parece rodada por los fotógrafos de Mágnum y llega a uno de esos gimnasios con puerta de rejilla abatible y escaleras empinadas que desembocan en un cuadrilátero con olor a chanchullo. Planean una estafa en la que un boxeador que no boxea irá adquiriendo fama a base de combates amañados y toallazos de sus rivales hasta poder disputar el título mundial de los pesos pesados, momento en el que apostarán en su contra y lo dejarán tirado. Inflan una burbuja, una expectativa falsa en la que unos pocos se quedarán con la pasta y los demás con las consecuencias.

 Todos son cómplices excepto el protagonista, Toro Moreno, un gigante ingenuo que ejerce de mercancía en un deporte que trata a los púgiles como pedazos de carne que suelen terminar en el arroyo. Para organizar la campaña mediática, los mafiosos contratan a un columnista de deportes venido a menos: Humphrey Bogart. Al principio se niega a dejarse corromper. Fue alguien en otra época, pero ahora las cosas no le van bien. El miedo al paro y a envejecer sin dinero se resume en la frase que Rod Steiger le tira a la cara: «¿De qué te sirvió la dignidad a la hora de perder tu trabajo?». Bogart sabe que la única madera de campeón que posee Toro Moreno quizá sea la de su ataúd y aún así se presta al engaño. Acepta llevar al becerro hasta el altar del sacrificio, dando lugar al otro tema de la película: el despilfarro de su reputación.

 ‘Más dura será la caída’ destapa las miserias del boxeo y el periodismo con tanta claridad que parece un especial informativo. También propone un combate subliminal entre el histerismo del Actor´s Studio y los actores de la vieja escuela. Mientras Rod Steiger se pone intenso y volcánico para explicar por qué matar a otro tipo a golpes aporta prestigio, a Bogart le basta con su sombrero, su forma de atrincherarse tras un cigarrillo como si se protegiese de una metáfora, y esa mirada cansada del que un día se puso una gabardina y ya no pudo cambiar de vestuario en el resto de sus películas.


                                                                                                                     (Publicado en La Voz de Galicia)