29 mayo, 2014

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 'Caballeros en la nieve', Ocongate, Cuzco, Perú, 1934 | Martín Chambi (1891-1973).

27 mayo, 2014

Noche en la ciudad

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 Harry Fabian es un maestro del camelo. Una criatura diseñada para la pequeña estafa. Sus argucias de corto alcance sirven para embaucar a pardillos y contar el dinero en billetes de diez, pero esto no le es suficiente: él pretende jugar en las grandes ligas. Siempre a la caza de la gran oportunidad, no piensa en otra cosa que prosperar, por mucho que la realidad le advierta que es uno de esos hombres que en las carreras de galgos siempre apuestan por el cojo. Ha nacido con el naipe marcado, pero se niega a reconocer que es un simple ratero de poca monta con delirios de grandeza en los que sueña con montar grandes sucursales del crimen.

 Igual que un niño, pretende imposibles a bajo precio en un mundo donde no saber cuál es tu sitio conduce a la muerte. Su ansia por medrar le impide ver que tiene una novia estupenda a la que chulea, mientras se deja enredar por una de esas mujeres fatales que coleccionan clavos ardiendo a los que se agarran los incautos y collares de perlas que suelen ser la soga de los tipos sin futuro. Harry Fabian, en su pugna por hacerse con el negocio de la lucha libre, mata al padre del capo de la mafia local. Es el problema de intentar mear demasiado lejos: te manchas el pantalón. Su vida entra en tiempo de descuento y comienza una huida desbocada y angustiosa por las calles de Londres en la que Jules Dassin aprovecha para enseñarnos el subsuelo de una ciudad, cualquier ciudad en realidad, repleta de timadores, matones, gánsteres, proxenetas y chivatos de codicia insaciable, deseosos de las mil libras que ofrecen por su cabeza.

 Alejada de la geografía habitual del cine negro clásico, ‘Noche en la ciudad’ ofrece un recorrido vertiginoso por el lumpen de un Londres nunca visto, con la modernidad de Nueva York, la sordidez de Los Ángeles y una fotografía espectacular en blanco y negro recién llegada de la Viena de ‘El tercer hombre’. Dassin plantea la película como una cacería en la que la ciudad se comporta como un ente vivo que se cobra sus víctimas, a las que escupe hacia el amanecer cuando termina la cuenta atrás de la noche. Entre esas víctimas siempre hay un Harry Fabian intentando llegar a la cumbre a través de atajos, cuando la montaña, caprichosa, solo permite subir a los verdaderos escaladores.


                                                                                                                 (Publicado en La Voz de Galicia)

25 mayo, 2014



 'The Departure', música perteneciente a la banda sonora de 'Gattaca' | Michael Nyman.

22 mayo, 2014

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 Chico rojo durante el Holi festival, Mumbai, India, 1996 | Steve McCurry.

20 mayo, 2014

El tesoro de Sierra Madre

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 Tampico es una ciudad repleta de tipos que no piensan en el día siguiente. Estamos en 1925 y parece que, una vez conquistado el oeste, solo queda un territorio por explorar, más allá, en México, allí donde fue a desaparecer Ambrose Bierce como uno de los fantasmas de sus relatos. En Tampico escasea la gente con vida anterior. Sus habitantes son proscritos, aventureros, estafadores o maleantes. Hombres que han cruzado la frontera vaciando el pasado de los bolsillos y que buscan empezar de nuevo para acabar haciendo lo mismo. John Huston sitúa aquí a sus tres protagonistas y los envía a escarbar oro en una tierra hostil poblada por bandidos, un sol implacable, lagartos venenosos y el peor enemigo: ellos mismos.

 ‘El tesoro de Sierra Madre’ hace honor al axioma de que ningún buscador de oro ha muerto rico y nos muestra cómo corroe la codicia a los hombres, convertidos en alimañas por culpa de un mineral que solo vale para hacer joyas y dientes. La concisión y el vigor narrativo con los que Huston rueda esta historia están a la altura de Jack London, Bierce o B. Traven, autor del libro en que se basa la película. Además de leer, Huston sabe entender. Comprende (y admira) el universo de estos autores, donde el paisaje es metáfora, la naturaleza peligro, el destino una trampa, y los personajes, como esos nómadas existenciales que frecuentan las novelas de Hemingway, a menudo mueren por ataque de coherencia.

 Existe una fórmula infalible para saber si nos encontramos ante una de estas aventuras en estado puro: la risa ante las torceduras del destino. Cuando el ‘Grupo Salvaje’ de Pike Bishop, tras una matanza en un atraco a un banco, descubre que les han cambiado su botín por unas arandelas de hierro, ríen a carcajadas. Igual que los protagonistas de ‘El hombre que pudo reinar’ o Sean Connery en ‘El viento y el león’, cuando se lo han arrebatado todo. Son capaces de extraer humor de una buena batalla perdida. Al final de ‘El tesoro de Sierra Madre’, el viento devuelve el oro a la montaña de la misma forma que volaban los billetes en el último plano de ‘Atraco Perfecto’ y Walter Huston se ríe como un loco hasta que contagia a los demás. Es la risa de los que, tras la caída, se recuperan de forma inmediata. Sin necesidad de psicoanalista. Nos enseñan que la épica consiste en eso, en levantarse fácil.


                                                                                                          (Publicado en La Voz de Galicia)   

19 mayo, 2014

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 «Rodar es pasarlo mal. Hay mucha gente alrededor, hay que tomar cantidad de decisiones de última hora; es fácil perderse y además es agotador. Yo siempre digo que hacer una película es como extraer carbón, pero hay gente que no me entiende» | Gordon Willis (1931-2014).

18 mayo, 2014



 'Anything Goes' | Dakota Stanton (1930- 2007).

15 mayo, 2014

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 Salinas de Uyuni, Bolivia, 1997 | Raymond Depardon.

13 mayo, 2014

Vías cruzadas

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 A lo largo del tiempo, todas las ciudades que han basado su seguridad en el aislamiento y la construcción de grandes murallas han terminado cayendo. Incluso las fortificaciones más inexpugnables siempre tienen un punto débil, una grieta que precipita el desmorone. ‘Vías cruzadas’ es la historia de un enano, un vendedor ambulante y una pintora que levantan muros a su alrededor hasta que la vida pasa lista y les impide dar la espalda al mundo. El protagonista, Finn McBride, utiliza la indiferencia como parapeto mientras soporta el escarnio público de tener un metro de altura. Su único amigo es un anciano con el que comparte la afición a la que dedica todo su tiempo: los trenes. Cuando éste muere, McBride recibe como herencia una antigua estación de tren abandonada en un lugar perdido llamado Newfoundland.

 El estatus irrelevante de dicho pueblo despierta su curiosidad. Parece un buen sitio para empezar o en el que acabar, y allí se va, con su maletita, sus monosílabos y sus silencios que son como obras maestras. Enfrente de su estación hay un camión de perritos calientes regentado por un individuo bendecido con el don de la labia. En su caso, la verborrea y el ruido de la cháchara insaciable es su forma de construir una barricada. No hay duda de que es el personaje más solo de la película, sin embargo, posee una gran cualidad, la insistencia: se comporta como una planta que busca la luz a pesar de tropezar una y otra vez con el silencio de los otros. A este puesto de comida acude con frecuencia una pintora con problemas para pasar página. En su cabeza el pasado ocupa más lugar que el futuro. Le resulta difícil mover los recuerdos de sitio. Contra todo pronóstico, estos tres virtuosos de la soledad acaban paseando por las vías del tren, pensando, discurriendo, comunicándose sin hablar. Bien compartido, el silencio es de las cosas que más unen.

 ‘Vías cruzadas’ es un homenaje a las personas de vida contemplativa, a la gente que lee, pinta o sale a fumar a una azotea y se queda en silencio, ensimismada, mirando pero sin ver. Con una sencillez deslumbrante, sin trascendencias ni pretensiones, la película acaba descifrando el misterio de las relaciones humanas al relatar la historia de tres personas que echan a andar de nuevo. Puede que la soledad sea la forma que tiene el alma de descansar, de borrar la pizarra hasta que estamos listos para escribir otra vez.


                                                                                                              (Publicado en La Voz de Galicia)

11 mayo, 2014



 'Out of nowhere' | Coleman Hawkins, Benny Carter & Django Reinhardt.

08 mayo, 2014

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 'Au Bon Coin', Saint-Denis, 1945 | Robert Doisneau (1912-1994).

06 mayo, 2014

Sed de mal

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 Hay algo maldito en la gente destinada a ir en vanguardia. Billy Wilder (aparentemente Wilder siempre tiene una bala de plata en forma de anécdota) lo resume con lucidez a través de un diálogo que mantuvo con Erich von Stroheim durante el rodaje de ‘El crepúsculo de los dioses’: «Usted iba diez años por delante de su tiempo», le decía Wilder para justificar la incomprensión, la caída en barrena y el ostracismo a los que se vio sometido el director austriaco. Stroheim, con su humildad legendaria e inexistente, se limitó a responder: «Veinte». El monóculo es un accesorio incompatible con la modestia.

 Orson Welles no tenía monóculo pero fumaba puros y también poseía el estigma de los muy adelantados. Además era un genio. Uno de esos tipos que cogen un puzzle y lo construyen de una manera nueva e imprevista. Después de facturar muchos más disgustos que películas a lo largo de su carrera, rueda su último trabajo en Hollywood: una historia de crímenes, traiciones y ambigüedades morales que posee la turbiedad y la aceleración de una pesadilla. Su título: ‘Sed de mal’. Calles oscuras, habitaciones claustrofóbicas, carreteras aisladas y moteles que adelantan el de ‘Psicosis’ son los escenarios de un relato en el que Welles hace crujir las cervicales de la cámara a base de contrapicados, travellings y gran angulares. Su potencia visual convierte la película en un vaso a punto de desbordar: excesiva, artificiosa, barroca, pero ante todo de una belleza y un ritmo deslumbrantes.

 Welles se reserva para él la interpretación del personaje que domina la historia: el jefe de policía Hank Quinlan. Su herramienta de trabajo más sofisticada es un escozor que le dice cuándo algo va mal. Al parecer, su pierna tiene el monopolio de los presentimientos. Quizá este método pericial no ofrezca el rigor deseado para obtener evidencias policiales, claro que a Quinlan las pruebas le interesan tanto como la evolución de las especies a un miembro del Tea Party. La ley es el pañuelo en el que se suena los mocos. Orson Welles crea un personaje inolvidable, uno de los malvados con más grandeza de la historia del cine. Y lo hace siguiendo la famosa máxima de Hitchcock: «al que hay que cuidar es al malo: cuanto mejor es el malo, mejor es la película».


                                                                                                                      (Publicado en La Voz de Galicia)

04 mayo, 2014



 'Something on your mind' | Karen Dalton (1937-1993).

01 mayo, 2014

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 Marie Helvin, Haití, 1976 | David Bailey.