26 noviembre, 2013

Con la muerte en los talones

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 Hay gente que nace con un esqueleto que funciona y punto. Si a eso le añades un traje estupendo, el bronceado de un político italiano y que de él dependen varios barman, pues tienes a Cary Grant. Su rostro es el cine, igual que su forma de andar o de pedir una copa son el borrador previo del James Bond de años posteriores. Alcanza tal grado de sofisticación que a uno se le hace raro que no lo acompañe un sastre a todas partes. La secuencia inicial de ‘Con la muerte en los talones’ es el claro precedente de la serie ‘Mad Men’, en la que su protagonista, Don Draper, es una clonación sin gracia de Grant. Posee su porte, su traje, incluso su peinado, pero le han amputado la cualidad que convierte a Grant en un actor inolvidable: su vis cómica.

 En esta primera escena, Cary Grant interpreta a un agente publicitario que camina por Madison Avenue mientras le dice con sorna a su secretaria: «En el mundo de la publicidad no existe la mentira, si acaso se llama exageración». Hitchcock le toma la palabra y fabrica una burla exagerada. Rueda una historia de espías internacionales que, en realidad, es una comedia camuflada llena de situaciones disparatadas –si alguien desea cometer un asesinato, ¿no hay modos de hacerlo más efectivos que con una avioneta fumigadora?- y momentos geniales en los que Hitchcock le presta tiempo a Cary Grant para que haga sus payasadas, vamos, lo que mejor se le da: hacer de comediante. El argumento es escueto como una colleja: confunden al protagonista con otro hombre y se convierte en el cebo humano de una intriga de espionaje. No le queda otro remedio que correr y correr como un hámster que sueña con una meta al final de la rueda de su jaula, en este caso un tren que no está hecho a prueba de encontronazos con rubias.

 ‘Con la muerte en los talones’ es cine puro. Un McGuffin toda ella. Hitchcock es tan moderno que todavía no hemos llegado a su época, al menos algunos. Ni siquiera necesita una historia con enjundia. Le basta un guión en el que poner en práctica su dominio de la velocidad y la concatenación de escenas gratuitas para rendir al público con su precisión de relojero. Lo fumiga con emociones, como la avioneta de su famosa secuencia.


                                                                                                                            (Publicado en La Voz de Galicia)

20 noviembre, 2013

Avanti

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 Wendell Armbruster, un industrial americano mojigato, viaja a una isla del Mediterráneo para recoger el cadáver de su padre, recientemente fallecido en un accidente de coche. Posee firmes ideales, cree que «el amor es para los empleaduchos, no para los directores de empresas», por eso se escandaliza al descubrir que su padre murió con su amante, a la que veía desde hacía veinte años en su visita anual a un balneario italiano: dedicaban once meses al resto del mundo y reservaban un mes para ellos. Arrogante y acostumbrado a salirse siempre con la suya, Armbruster no soporta las costumbres de la vieja Europa, sus siestas y almuerzos de larga duración. Este tipo que ha pasado su vida creyendo que el aire que respira ha sido fabricado exclusivamente para él, ignora que respirar no es estar vivo, aunque lo parezca. La brisa de Ischia, capaz de derribar cualquier toque de queda moral, será la encargada de mostrarle que es un principiante en eso que llaman vivir.

 La primera escena de la película, en la que el protagonista intercambia su ropa con otro hombre en el servicio de un avión, ya revela el gusto de Billy Wilder por resumir su historia en las dos líneas iniciales. Armbruster acude a Ischia y termina por vestir el traje de otro hombre, en este caso su padre, y heredando un adulterio de segunda generación con una chica cuya ingenuidad destruye voluntades. Carlucci, el gerente del hotel y uno de los personajes más divertidos de la obra de Wilder, oficia de casamentero involuntario en todo este enredo. Con un talento extraordinario para solucionar problemas, obviarlos con la discreción de un agente secreto o apostillarlos con un comentario que convierte en agua bendita el arte de tener la última palabra, la elasticidad moral de Carlucci y su complicidad en las pequeñas traiciones solo es comparable a la de Micheleen Flynn en ‘El hombre tranquilo’. Billy Wilder convierte en inolvidables unos calcetines negros, una simple manzana, los exteriores de una isla o la exclamación «¡Permesso!» y su correspondiente eco «¡Avanti!», que sufre un shock polisémico y cambia su habitual significado de orden de avance para convertirse en un alegato romántico imperecedero.


                                                                                                                            (Publicado en La Voz de Galicia)

12 noviembre, 2013

La pícara puritana

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 La razón por la que una película cuyo título original traducido al castellano sería ‘La terrible verdad’ acabó estrenándose en España como ‘La pícara puritana’ es un misterio que ni siquiera tiene gracia resolver. A día de hoy, el título, de tan ridículo, resulta enternecedor. Detrás de semejante mutación bautismal se esconde una screwball comedy de los años treinta, con su batalla de sexos y sus mujeres inquietas, y ya sabemos lo que eso significa: un nivel de disparate notable.

 Cary Grant e Irene Dunne forman un matrimonio con un reglamento del amor muy particular. Presumen de liberales y no están esclavizados por los celos o las sombras de sospecha de alguna infidelidad, por supuesto, casual. Lo denominan «tener mentalidad europea». Tan europeos se vuelven que a los diez minutos de película se separan, y acaban pleiteando en un juicio de divorcio en el que reclaman la custodia de Mr. Smith, su perro, que a su vez es acusado de desacato canino. El animal, que consigue robarle el protagonismo a Cary Grant, tiene el mismo olfato para el percance que el perro de ‘La fiera de mi niña’, de hecho probablemente sea el mismo: no puede haber dos fox terrier idénticos con una cintura tan increíble para la comedia.

 Tras el divorcio, los protagonistas vuelven a estar en circulación. A los dos les gusta vivir la vida y no solo la vegetativa. Son grandes aficionados a la búsqueda de polen. Él rehace su vida con una heredera millonaria, pero no es aceptado en ese ambiente: puede que beber whisky en un entorno muy dado a las copitas de jerez no ayude. Ella, por su parte, tiene un romance fallido con un sujeto de Oklahoma parecido a un orangután que lleva a todas partes una madre anexionada. Pronto se percatan de que su vida licenciosa no funciona. Cuanto menos reconocen su descontento, más se gustan. Añoran la complicidad de la mutua desconfianza y la guerra de diálogos. Al final, Mr. Smith se verá obligado a ofrecer sus servicios como pegamento conyugal. El tipo que cambió el título de esta comedia debería haberse limitado a escribir en las marquesinas de los cines: «Sale un perro. Y Cary Grant lo acompaña». Habría triunfado.


                                                                                                                            (Publicado en La Voz de Galicia)

06 noviembre, 2013

Su juego favorito

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 Roger Willoughby es el responsable de la sección de pesca en un gran centro comercial. Su libro sobre el arte de pescar se ha convertido en la biblia de los pescadores y todos acuden a él en busca de consejo. Nadie sabe que es un farsante: el pescado no le gusta ni en el plato. La cosa deriva en despropósito cuando le obligan a participar en un concurso de pesca en el que deberá demostrar sus habilidades.

 Con esta mínima trama argumental y unos diálogos brillantísimos, Howard Hawks construye una comedia de ritmo imparable en la que se ocupa de un tema muy actual: la figura del impostor. Ahora que sufrimos la proliferación por todas partes de expertos en nada, se ríe de esos comités de sabios que venden como verdad las más pobres apariencias. Hawks, gran aficionado al reciclaje de sus propias películas, realiza en ‘Su juego favorito’ una imitación descarada de ‘La fiera de mi niña’ y consigue una de las últimas grandes comedias del cine clásico siendo fiel a su estilo, que consiste en no tenerlo. Uno podría cerrar los ojos e imaginar a Cary Grant y Katharine Hepburn haciendo esta película. Pero no están. Su lugar lo ocupan Rock Hudson y Paula Prentiss, que hacen una interpretación tan extraordinaria que denominarlos sustitutos sería un insulto.

 Las mujeres de las películas de Hawks, un género en sí mismo, desayunan ‘chicas Almodovar’ y no se descarta que cenen ‘chicas Bond’. No hay duda de que están muy arriba en la escala evolutiva. Modernas, decididas y apabullantes, no suelen representar la estabilidad, el hogar, ni la familia, eso se lo dejan a Doris Day. Con una iniciativa y un desparpajo envidiable, están dispuestas a todo con tal de conquistar, más bien ‘doblegar’, a su hombre, al cual llegan a ridiculizar hasta extremos absolutos. ‘Su juego favorito’ tiene a tres de estos ejemplares femeninos capaces de convertir un episodio de lencería en un golpe de estado, una cremallera en un mundo de expectativas y un día de pesca en una comedia inolvidable.


                                                                                                                            (Publicado en La Voz de Galicia)