30 junio, 2013

Summertime



 The Zombies.     

 Observar la puerta de un colegio de pago, la entrada de misa o a un político delante de un micrófono abierto garantiza el aprendizaje sin necesidad de beca. Son lugares que multiplican el desarrollo cognitivo de cualquier observador. La barra de un bar es otro de esos territorios, quizá el definitivo. Ahí se aprenden cosas capitales sin que nadie te pida un 6,5. Ayer, mientras un camarero me ignoraba con esa displicencia de ‘sé que estás ahí pero pienso mirarte cuando yo quiera’, fui testigo de uno de esos asuntos que importan poco, como mucho nada. Un tipo pidió un gin tonic en abstracto, así, sin más detalle. El camarero, en un alarde que podría calificarse de arrebato 'vintage', puso encima de la barra una botella de Larios. «¡No, no, no!», dijo el fulano por triplicado. «Pon una ginebra de esas modernas que nadie conocía hasta hace dos días», sentenció. Ver la botella ayuda mucho, sobre todo cuando uno desea más una tendencia que un gin tonic. Este tipo de usuarios suelen empezar a beber antes de acercar el trago a la boca. El después, ya es decadencia. A veces ocurre que se sacian sin consumar de tan concentrados que están en el pre-disfrute, el cual se acerca peligrosamente al no-disfrute. Me recordó a esa escena de ‘El sueño eterno’ en la que el general Sternwood, en su invernadero de crisálida, observaba cómo vaciaba las copas Philip Marlowe mientras su lengua humedecía los labios. Bebía por delegación. Disfrutaba del prolegómeno.

 El primer día de verano, uno descubre con asombro que los adelantados ya disfrutan de pre-moreno. Aguardar a que el sol haga su trabajo después de varias jornadas playeras o a lo largo del verano es propio de mediocres. Como leer un periódico con tres días de retraso o comer pan reseco. La gloria reside en que el primer día de playa estés negro como si le hubieses robado el sol a la humanidad durante todo el año. He usado el calificativo de ‘adelantados’ pero a riesgo de ahorcarme con un ataque de precisión quizá debería decir ‘apurados’.

 Llevo tantas semanas escuchando a los que lloran el retraso del verano con amargura que he estado a punto de enviar una instancia oficial para que el verano comience en enero. Hasta lo de Bárcenas me parece de una insistencia liviana y llevadera. La figura del explorador que oteaba el horizonte por si había rastro de indios se ha transmutado en tipos que miran al infinito por si atisban un día nublado y corren a avisar a los demás para poder quejarse a gusto. Todos estos ansiosos que ven al bronceador como una prórroga que retrasa el moreno fetén deben mudarse a California, allí han eliminado las otras estaciones. Y lo mejor: después pueden quejarse de que no llueve nunca.

 Viendo los párrafos anteriores, creo que es el momento de reírse de mi idea inicial: escribir un post con menos palabras que un comunicado del Partido Popular.

26 junio, 2013

¿Qué me pasa, doctor?

 photo Queacutemepasadoctor_zps1444672e.jpg

 En una de las ocurrencias más melindrosas de la historia del cine, Ali MacGraw le dice a Ryan O´Neal en ‘Love Story’: «Amar significa no tener que decir nunca lo siento». Debido al enorme éxito de la película, la sentencia tuvo una gran penetración social y gozó de mucho predicamento entre la gente aficionada al clínex en la manga. La industria de la música no tuvo en cuenta este jarro de agua fría hacia la disculpa amorosa, de lo contrario habría tenido que borrar toda la historia del pop. Dos años después de este incidente aforístico, al frente de otra película, pero sobre todo frente a otra mujer,  Ryan O´Neal vuelve a escuchar la misma frase. Esta vez responde: «En mi vida he oído algo tan estúpido».

 Peter Bogdanovich, responsable de esta escena que rejonea ‘Love Story’, dirige ‘¿Qué me pasa, doctor?’, un remake maravilloso de ‘La fiera de mi niña’ en el que, fiel al original, el director utiliza la comedia de enredo y la catástrofe como camino hacia el amor. Lejos del romanticismo sufrido, melodramático y ridículo, aquí se propone el amor como cataclismo. Ryan O´Neal interpreta a un estudioso de las propiedades musicales de las rocas ígneas que se topa con una mujer muy similar a una plaga: lleva el caos y el desastre por donde va.

 Katharine Hepburn se conformaba con volver loco a Cary Grant. En esta nueva versión Barbra Streisand aumenta su radio de influencia y casi destruye la mitad de San Francisco. En una ciudad tobogán como esta, uno siempre tiene la sensación de que si algo cae al suelo va a rodar cuesta abajo. Barbra Streisand es capaz de conseguir que las cosas rueden cuesta arriba. Provoca incendios, peleas, choques de coches, persecuciones disparatadas y juicios sumarísimos. «No se puede luchar contra un terremoto», dice ella. Todo un alegato en favor de lo inexorable. Su estilo a la hora de sembrar la destrucción de forma ingenua tiene algo erótico y a la vez terrorífico. Crea ambiente. El protagonista comprende que la supervivencia depende del fin del vendaval y claudica: se enamora.


                                                                                                                                       (Publicado en La Voz de Galicia)

23 junio, 2013

Mother in law



 Kenny Burrell regalando una sobredosis de guitarrismo.

18 junio, 2013

Bienvenido, Mister Marshall

 photo Bienvenido_zps39536ec6.jpg

 Uno puede contar con que ‘Bienvenido, Mister Marshall’ volverá una y otra vez. No tiene fecha de caducidad. Al menor descuido, se convierte en referente incómodo de la actualidad. Como a veces ocurre con las obras maestras, se ha anticipado tanto a su tiempo que ahora está más allá de él. Su inmortalidad nace del desparpajo con el que ríe y despelleja el mundo de las apariencias. Ante todo, ‘Bienvenido, Mister Marshall’ es una apología del camuflaje. La elocuencia de Pepe Isbert, alcalde de amígdala fracturada, y el tronío de Manolo Morán como asesor de confianza, convierten Villar del Río en una aldea falsa para recibir la visita de los americanos. Decoran su pequeño pueblo castellano como si fuese la serranía de Ronda, con toros, salero y mujeres vestidas de folklóricas. «Lo andaluz. Eso es lo que los americanos conocen de nosotros», dicen.

 Hace unos días, la prensa británica se hacía eco de un extraño caso de maquillaje ambiental. Una situación en la que el nivel de estupidez alcanza cotas tan mayúsculas que la película de Berlanga vuelve a la actualidad, como tiene por costumbre. Se trata de la cumbre del G8 que tiene lugar esta semana en el condado de Fermanagh, Irlanda del Norte. Imitando la táctica del reponedor de supermercado, pretenden evitar que la imagen de secarral económico y depresivo pueda hacerse visible en la retina de algún líder mundial. Para ello, están limpiando calles, pintando fachadas e instalando decorados en los establecimientos vacíos, para que parezcan negocios boyantes al paso de la comitiva de ilustres: 300.000 libras se destinan a este masaje visual. Los mandatarios, por su parte, se han comprometido a mirar sin ver: su negocio no es la sustancia, sino la apariencia. Tras el despilfarro recomendarán, como suelen, hacer otro agujero al cinturón.

 Como dice Pepe Isbert en su arenga desde el balcón del ayuntamiento: «Somos gente despejada», pero a corner. No hay nada como ver la parte de atrás de un decorado para comprobar que la vida es un engaño tambaleante. Una realidad de quita y pon con equilibrio precario. Nada cambia desde aquel viejo hidalgo cervantino, pobre como las ratas, que antes de salir de casa se echaba unas migajas de pan sobre la barba para que los demás viesen que había comido.


                                                                                                                                      (Publicado en La Voz de Galicia)

16 junio, 2013

Love song from 'Apache'



 Tommy Flanagan toca el piano y Coleman Hawkins sopla el saxo transformando el aire en otra cosa.

 Tema melancólico de la película ‘Apache’, una de aquellas historias del cine clásico en las que se devolvía la dignidad a los indios. Por lo visto, nadie se había percatado de que los indios tenían alma hasta que llegó Hollywood en los años 50 y subsanó ese pequeño error de apreciación. Algo tarde, no hay duda, pero las noticias siempre llegan con retraso cuando los indios cortan el cable del telégrafo.

 A partir de ese momento comenzaron a proliferar este tipo de películas en las que el indio no era un mero salvaje. Incluso adoptaban su punto de vista. ‘El gran combate’, ‘Flecha rota’ o ‘La venganza de Ulzana’, para mí la mejor, son ejemplos de esto.

 ‘Apache’ pertenece a ese género y es la historia de un desahucio. Los indios no están del todo convencidos de abandonar sus tierras y que la ‘dación en pago’ sea una ‘reserva’. Para colmo, uno de ellos no es nada manso. El ejército americano pasa toda la película intentando atrapar a ese apache. Al final, lo acorralan en un maizal, lo tienen rodeado, aunque uno no tiene muy claro si no será el indio quién los tiene rodeados a ellos. A veces ocurre eso cuando el indio revirado es Burt Lancaster.

12 junio, 2013

La tentación vive arriba

 photo seven-year-itch-the_nrfpt_16_zpsfe31b03b.jpg

 El edificio Flatiron de Nueva York debe su nombre al parecido que posee con la forma triangular de una plancha de la época. Su diseño aerodinámico provoca unas ráfagas de viento en la calle que hacen volar los sombreros de los hombres y los vestidos de las mujeres. El silbido de este edificio es la promesa de una travesura. «Las modas suben y bajan de la misma manera que los vestidos y las faldas de las mujeres suben y bajan. No significa nada», afirmaba Harold Bloom en una entrevista reciente. Puede que «el crítico más influyente y controvertido de nuestro tiempo», según The New York Times, sepa mucho de modas, pero subestima con ligereza los vaivenes de una falda.

 Billy Wilder, por el contrario, demostró ser un perfecto conocedor de la relación caprichosa que existe entre el aire y las faldas en la famosa escena de Marilyn Monroe con el vestido alborotado en una boca de ventilación del metro. El rodaje de esa secuencia fue como la caída del Muro de Berlín: todo el mundo estaba allí. Se reunieron 20.000 personas en Lexington Avenue. Hubo un caos de circulación. Elliott Erwitt hacía fotos. Joe DiMaggio consiguió una crisis matrimonial. Walter Winchell escribió su columna. Wilder hizo un elogio nunca superado acerca de los sistemas de ventilación y Marilyn... simplemente se refrescó.

 La tentación vive arriba no se entendería sin los campos magnéticos de Marilyn Monroe. Su esqueleto privilegiado, su ingenuidad absoluta y su actitud de rubia tonta de remate que no lo es tanto acaban volviendo loco a su vecino de abajo, un tipo que añade la canícula del verano de Nueva York al calor de sus fantasías. A Marilyn le parece elegante una escalera que no va a ninguna parte o beber champán comiendo patatas fritas. Hasta tiene una receta para los días de calor: meter su ropa interior en la nevera. ¿Qué clase de vecino resistiría algo así? Billy Wilder y su gusto por el sobreentendido convierten una máquina de aire acondicionado en un arma para el amor o una racha de aire en algo memorable. Solo la malicia de Wilder puede provocar más calor ventilando.


                                                                                                                                        (Publicado en La Voz de Galicia)

09 junio, 2013

I say a little prayer for you



 Y un día llegó Aretha Franklin a este blog. Que ya era hora.

05 junio, 2013

Amanece, que no es poco

 photo Amanecequenoespoco_zpse5776bd1.jpg

 Cuesta aprender que no hay reglas que valgan. Una vez conocí a un tipo que solo veía el fútbol porque adoraba cuando el balón daba en el poste. Lo demás no le interesaba, ni siquiera le veía sentido a llevar un marcador con los goles. Cuando el hombre observaba las repeticiones, me ponía el corazón en un puño. Nadie disfrutaba tanto como él. ¿Es posible que yo estuviese viendo mal el fútbol desde siempre? Uno comienza cuestionando el fútbol y termina dudando de la vida.

 Este es el tipo de cosas que defiende 'Amanece, que no es poco'. Lo absurdo solo es un punto de vista. El hecho de no cuestionar jamás las reglas del juego solo conduce al aburrimiento. En el pueblo de esta película hay cursos para tocar la campana, la misa parece un acto de forofismo futbolero y en los cultivos nacen hombres junto a las hortalizas. Muchos piensan que esa señora de 'Twin Peaks' con un trozo de leña siempre en la mano es el colmo de la excentricidad, pero los zapatos de David Lynch, de repente, se quedan pequeños ante detalles magistrales como el granjero de esta película, que discute las cosas de la vida con una calabaza que tiene en su huerta.

 Los personajes de este pueblo, dotados de un surrealismo rural de difícil clasificación, no parecen tener pasado ni futuro, viven una especie de presente perpetuo. Como si un loco en el desván hubiese escrito el guión, aquí no hay presentación, nudo y desenlace. La película simplemente avanza. Este desarrollo a la brava pero con una gracia indiscutible funciona gracias a los golpes de ingenio y al trabajo portentoso del reparto, que lo fía todo a su forma de decir los diálogos. Cuando abre la boca Chus Lampreave importa lo que dice y cuándo lo dice, pero sobre todo importa cómo lo dice. El tono de Luis Ciges sentado en un sidecar o de José Sazatornil oficiando de sheriff con tricornio lo es todo. Consiguen hacer tan creíbles sus frases que hasta sus silencios son elocuentes. Tipos así hubiesen sido capaces de dinamitar el Actor’s Studio en una sola jornada. Quisiera ver yo a Marlon Brando cantando un bingo como Chus Lampreave.


                                                                                                                                         (Publicado en La Voz de Galicia)

02 junio, 2013

Ain't no sunshine



 Bill Withers.

 La noticia más comentada de los últimos días procede de una agencia meteorológica francesa. Afirma que este año no habrá verano. Es lógico que todo el mundo se eche las manos a la cabeza, todos sabemos que los meteorólogos son grandes pronosticadores, como los políticos, los economistas o los inquilinos de Bruselas.

 También preocupó mucho esta semana el precio del gin tonic en la tabernucha del congreso, cuando, en realidad, este hecho puede ser una explicación a lo que allí ocurre. Un remedio para el constipado.

 A pesar de llevar cinco años de un invierno cada vez más nublado, preocupó mucho menos, sin embargo, la declaración del presidente del Banco de España que aconseja trabajar por debajo del salario mínimo. Una idea brillante para un país herniado. Propia de tipos que corren con el dinero mientras miran como se joden los demás por el espejo retrovisor. Por lo visto, en el Banco de España hay grandes estudiosos del pasado. Saben que la esclavitud mejora notablemente la salud de la economía.

 Uno añora al fulano que inventó la guillotina. Fue el primero en eliminar los salarios máximos. Ya sé, es un poco drástico, pero es por probar. A ver qué tal.