27 noviembre, 2011

Prelude



 "Prelude (From the Unaccompanied Cello Suite No. 1 in G Major, BWV 1007)". Compuesta por Johann Sebastian Bach e interpretada por Yo-Yo Ma, cello.

 La melodía dominguera de hoy forma parte de la banda sonora -maravillosa- de la película "Master and Commander", una historia con el aroma de las viejas películas de aventuras y que pasó sin pena ni gloria en el momento de su estreno. Es una de esas películas que el tiempo irá ubicando en su justo lugar. En un buen lugar. Pensando en esto, me vino a la cabeza la gran cantidad de películas que son nominadas a los oscars y que atesoran una calidad muy superior a la ganadora de esa noche. "Master and Commander" es una de ellas, se vio eclipsada en los oscars del 2003 por la megalomanía de "El retorno del rey", la película que debía ganar por obligación.

 Ahora que google te permite hacer rápidos viajes en el tiempo, he estado echando una ojeada por los oscars de las últimas dos o tres décadas y me he topado con lo previsible, que hay unas cuantas películas que partían en la segunda línea de la parrilla -que fueron ninguneadas en la ceremonia- y que ahora emergen con una altura que hace sombra a las que triunfaron.

 Vamos con esas películas de segunda línea: No hace falta ir muy lejos, hace un par de años "En tierra hostil" fue la triunfadora en una ceremonia en la que competía "Up", que hubo de conformarse con el oscar de la película de animación y el de su estupenda banda sonora. En el año 2001, "A beautiful mind" ganó varios oscars compitiendo con "Amelie", que se fue de vacío. Quizá el mejor ejemplo de todo esto se produjo en el año 1997, donde "Titanic" arrasó con los oscars que le pertenecían a una película inmensamente superior y extraordinaria: "L.A. Confidencial".
El año anterior, "El paciente Inglés" se llevó todos los premios. Era candidata "Fargo", posiblemente una de las mejores películas de esa década.
En 1990, "Uno de los nuestros" fue la gran perdedora de la noche ante el empuje de "Bailando con lobos". Donde quedan ahora Kevin Costner y el lobo "calcetines".
1988: "Las amistades peligrosas" pierde con "Rain Man". 1986: "Hannah y sus hermanas" pierde con "Platoon". No sigo.

 La academia de Hollywood, con su eterno rebuzno y su afán por lo superfluo, lo coyuntural, lo hiperpublicitado y lo taquillero (eso que ellos llaman "industria") siempre se olvida de mandar una invitación y deja al cine fuera de la fiesta. En todo este oropel, el buen cine importa poco. Le ocurre como a "El gran Gatsby", él es la excusa de la fiesta, sin embargo, no acude.

 Al final, como siempre ocurre, es el tiempo el que da y quita razones. Unas películas, quién sabe por qué, son inmunes al desgaste y otras se devalúan como el bono basura de un banco griego.


23 noviembre, 2011

El Cebo

 Nuestra memoria está comenzando a parecerse al lince ibérico, algo precioso pero en retroceso, en vías de extinción. Ahora tenemos memorias supletorias en forma de cacharritos electrónicos, por lo que no vemos necesario acordarnos de las cosas que van sucediendo. En lugar de cargar nuestro cerebro como si fuese la batería de un móvil, procuramos vaciarlo rápidamente como si fuese la papelera de reciclaje de nuestro ordenador. Recordamos lo de ayer, lo de anteayer ya nos cuesta y lo anterior lo hemos olvidado. Ya tendremos tiempo de jugar al Brain Training cuando seamos mayores.

 Mucha gente cree que las películas de asesinos en serie empezaron con "El silencio de los corderos" y "Seven". Esto, evidentemente, no es cierto. Esas dos películas no inventaron el género, sólo lo pusieron de moda. En la historia del cine hay numerosos ejemplos de este tipo de películas, en la literatura no digamos. Hoy traigo una película discreta y un poco olvidada, que viene a demostrar todo lo anterior: El Cebo. Ladislao Vajda. 1958.
Una película rara, una coproducción hispano-suiza con un director húngaro, el mismo que hizo "Marcelino pan y vino", una de las películas más exitosas de la historia del cine español.

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 Una historia de asesino en serie disfrazada de cuento de miedo. La película es una versión para mayores de un cuento para niños: Caperucita Roja. Los protagonistas son una niña, un lobo -el asesino- y un bosque siniestro que cambia el clásico sendero por una carretera que lo cruza. Por supuesto hay algo malvado, subterráneo, como siempre ocurre con los buenos cuentos de perfume malsano.

 La trama del asunto es como sigue. Un vendedor ambulante va caminando por el bosque y se tropieza con una niña asesinada. Se hace cargo del caso el comisario Matthäi que dirige el interrogatorio del vendedor ambulante y sólo el primer día de la investigación ya que ese es su último día de servicio y su ayudante se encargará del caso. Ahora hay un montón de series y películas que comienzan con un policía a punto de jubilarse cuando estalla todo el tinglado y se ven obligados a postergar su cese con un último caso que, con frecuencia, suele ser el peor. En el momento en que se rodaba, esta manera de arrancar una película no respondía a un tópico asentado de la narrativa detectivesca.

  Matthäi, se acerca al colegio de la niña asesinada para hablar con sus compañeros y se sienta en un pupitre como un niño más. Es un tipo capaz de ver la vida con los zapatos de otros, de tener imaginación, eso que raras veces se asocia con la mente de un policía. Los niños le enseñan un dibujo siniestro que parece ser un retrato del asesino y su única pista.
Hay hombres que han nacido para cargar con las tareas desagradables de los demás. Matthäi es una de esas personas. Debe de ir a ver a los padres, a decirles que han matado a su hija. Tiene que decir frases como: "No vayan a verla ahora. Vayan mañana por la noche, la niña aparecerá entonces como dormida".

 Cuando pretende comenzar una investigación para dar con el asesino, se encuentra con la negativa de sus superiores que pretenden una confesión rápida del fulano que encontró a la niña y hacer eso tan moderno y actual de dar carpetazo al asunto. Hay un tipo de gente siempre muy comprometida pero que cuando hay que callar, callan. Mattei no pertenece a esa raza, se pone por encima del sistema burocrático y decide hacer lo que hay que hacer. Se pone a investigar a título personal.
Matthäi se convierte en cazador o, más bien, en araña. Comienza a tejer una tela de araña para atrapar a un lobo. Una película cuya genialidad reside en su sencillez y su falta de pretensiones es capaz de plantear cuestiones éticas como: ¿el fin justifica los medios?¿hasta qué punto se puede sacrificar algo para conseguir un bien mayor?. Porque Matthäi, se pone los zapatos del asesino en serie y va haciendo lo mismo que él haría hasta escoger a una niña que sería la víctima perfecta. A continuación la utiliza como cebo para atrapar a un psicópata.

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 La película posee un tratamiento maravilloso del paisaje de ese cantón suizo donde se desarrolla la acción, con su ambiente rural, su pueblo, su taberna y su bosque. El director, con un dominio pleno de su oficio, plantea una forma de narrar sobria y concisa como un zapato inglés. A pesar de ser una película terrorífica y violenta, la cámara nos presenta la historia con un enorme pudor, jamás vemos nada truculento, ni una gota de sangre. Con gran maestría, la violencia queda fuera del plano. Vemos la mirada de los protagonistas y con eso nos llega, no vemos lo que ellos ven. Esta manera de ir directamente al meollo y toda esa ausencia de retórica, hacen que esta película de terror en ambiente idílico sea rápida y efectiva. Nada que ver con lo que ocurre en las películas actuales.

 Si tuviese que ponerle una pega sería su banda sonora, demasiado llamativa y con golpes de sonido utilizados como efecto dramático, sin duda, una herencia del cine clásico americano donde, a menudo, la música era un tanto exagerada. Para todos aquellos que opinan que no hay nada realmente nuevo sino variaciones de cosas ya inventadas, voy a hacer lo de siempre, dejar un par de apuntes que rastrean el origen de esta película.

 Hay una escena donde la niña que hace de anzuelo, suelta un barquito de madera en un riachuelo. El barquito es arrastrado por la corriente y, en uno de los momentos terroríficos más logrados de la película, aparece el asesino. Las personas aficionadas al cine, identificarán esta escena con aquella de la niña y la flor al lado del río en "Frankenstein". Son la misma escena.
La otra película, de la que "El cebo" podría ser una hermana gemela, es "M, el vampiro de Düsseldorf", una película de asesino en serie del año 1931. Su influencia es total, incluso hay un plano del asesino mirando una navaja de afeitar que es idéntico a uno de "M, el vampiro de Düsseldorf" donde Peter Lorre, con su cara de batracio, está mirando un escaparate de navajas sin pensar en afeitarse.

 Sólo una cosa más. En el año 2001, Sean Penn dirigió una película llamada "El Juramento" que es un plagio descarado de "El cebo" a pesar de que, en el momento de su estreno, casi nadie hizo mención alguna de esto. Hasta el dibujo siniestro de la niña asesinada es literalmente idéntico. Todo lo que en "El cebo" es preciso y escueto, en el remake (siendo generoso) de Penn es un desparrame para el lucimiento y la sobreactuación de Jack Nicholson.
Al promocionar la nueva versión de una película siempre se suele aludir a la versión anterior, un poco para legitimar la nueva adaptación y eso. Seguramente a Sean Penn le falló la memoria.
O tal vez estaba pensando en el lince ibérico.

20 noviembre, 2011

Married Life



 Se titula "Married Life", la música es de Michael Giacchino y pertenece a la película "Up". Los diez primeros minutos de arranque son tan espectaculares que nos cuentan los tres o cuatro asuntos capitales de la vida sin apenas utilizar palabras ni darse importancia.
De usarse la palabra hablada, estorbaría.
Un niño con carencias afectivas, un perro en busca de dueño, un pájaro loco y un anciano al que le quedan las virutas de una vida plagada de recuerdos que se convierten en un incómodo trasto que hay que colgarse a la espalda y que, a regañadientes, suelta lastre para poder escribir todavía en el libro de la vida, ese que siempre tiene páginas en blanco.

 La película no niega la muerte, pero se pone de parte de la vida. No niega la pena o la amargura pero se inclina por la esperanza. Termina por alcanzar cotas más altas que la propia casa de globos del señor Fredricksen. Las personas que trabajan en Pixar saben de la vida, y eso es lo más difícil. Su primer mandato parece ser respetar la inteligencia del espectador. Usan -y abusan- del mejor efecto especial que se ha inventado hasta ahora: el talento.

 Ayer, no sabía que poner aquí como canción dominguera hasta que bajé a tomar un par de cervezas con una amiga. Ella dice que no sabe de cine, pero sabe de la vida, lo cual implica saber de cine. Me regaló la idea de traer a esta ventanita la secuencia maravillosa que hay encima de estas líneas. También me habló de la gran virtud de la brevedad a la hora de escribir un post, algo que, evidentemente, se me resiste. Haciendo un brainstorming conmigo mismo, he dado con una solución que puede ser satisfactoria: escribir con una mano atada a la espalda, lo cual reducirá el flujo a la mitad. Si no fuera suficiente, también estoy dispuesto a escribir con un parche en un ojo hasta que el texto se reduzca a la cuarta parte y quede sólo el hueso con el jamón arañado. Que no se diga que no tengo recursos.

 Hoy es un día donde las alcantarillas parecen tener ranura para papeletas electorales a las que se les caen las letras. Es tiempo de escoger a un representante que obedezca a otros que se representan a sí mismos. Hemos asistido a una campaña electoral tan sofisticada y moderna como Juanito Navarro, un espectáculo que se asemeja al ruido de fondo de un disco rayado.

 Con la que se avecina, uno querría hacer lo mismo que el señor Fredricksen. Tirar de una palanca que abra el tejado de tu casa y salga una miríada de globos de colores que te lleven a las cataratas paraíso o a cualquier otro sitio donde la política no parezca un juego reservado a los simios.
El problema no es la escasez de globos de colores sino que hemos llegado a un punto en que empieza a escasear el aire para inflarlos.

13 noviembre, 2011

Raska Yú



 Bonet de San Pedro. Canción dominguera que pone encima de la mesa el papel ridículo de la censura. Este fox-trot banal y divertido estuvo prohibido por la censura del Régimen. Según los censores, esos seres paranoicos, pueriles y que, a menudo, se convierten en una parodia de sí mismos al provocar el efecto contrario al que pretendían, la letra de la canción contiene de forma artera supuestas alusiones al Caudillo.

 A lo largo de los años, el tiempo, verdadero juez de todo, convirtió esta canción, de inocente humor negro en una época que no estaba de moda, en un clásico del día de difuntos de aquella España de poco blanco y negro y mucho gris.

 Siempre me he preguntado si esa mujer que grita como una loca es Gracita Morales.

 Buen domingo a todos.

10 noviembre, 2011

Yakuza

 Hoy traigo una película de películas. Una historia que habla de gente antigua, de tipos que viven rodeados de neones y novedades tecnológicas pero que no han adaptado su forma de pensar a los estándares de la época en la que viven. Sus códigos éticos y morales pertenecen a un tiempo que ya no existe. Sobrevolaremos un montón películas pero habrá una que las condense a todas:
Yakuza. Sidney Pollack. 1975.

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 Tras un breve prólogo, la película comienza con un travelling lateral que nos va mostrando unas plantas hasta que llegamos al rostro de Harry Kilmer, un rostro que pertenece a Robert Mitchum con su cara de pomo de puerta y su mirada eternamente cansada. Un minuto después hay otro travelling lateral de similares características al anterior que nos presenta a otro personaje: Eiko. La planificación de la película nos los presenta exactamente igual, dándonos a entender que existe algún tipo de unión entre ellos.
Harry Kilmer estuvo destinado en Japón durante la segunda guerra mundial y le salvó la vida a Eiko. Terminada la guerra, el hermano de Eiko vuelve a casa y descubre que su hermana tiene una relación con un americano, un enemigo, y además ese americano le ha salvado la vida con lo cual ha adquirido una "deuda" con alguien que detesta, se ha convertido en eterno deudor de su enemigo. Los japoneses lo denominan "Giri", que traducido significa "carga", la "carga" más pesada de llevar. El hermano de Eiko se llama Tanaka Ken, el hombre que nunca sonríe. Un solitario, un tipo hierático que no da ni recibe órdenes de nadie.

 Transcurren veinte años y Harry Kilmer vuelve a Japón. Ni siquiera sabemos por qué se ha marchado. Los guionistas de esta historia, atravesada por un cierto poso de tristeza y romanticismo, hacen que sea más importante lo que se nos omite que lo que se nos cuenta. Vemos la punta del iceberg pero, según avanza la película, nos vamos dando cuenta de que debajo, oculto, hay un trozo de hielo enorme que descubrimos gracias a las migajas de información que se nos van suministrando. Gracias a este recurso, los guionistas hacen que el pasado adquiera un peso específico y una importancia capital a pesar de que no sepamos qué demonios ha ocurrido. Los tres personajes están unidos por un vínculo: el pasado o, más bien, el peso del pasado. Los tres están vivos, pero viven en un tren que ya han perdido, el de sus recuerdos.
 
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 Todo lo anterior corresponde a los primeros minutos de la película. Harry Kilmer llega a Tokio, esa ciudad de estanques silenciosos donde se oye el sonido de las gotas de la lluvia, de jardines con una armonía especial, de interiores minimalistas, de ceremonias del té, de dedos cortados y de deudas que atraviesan océanos de tiempo. Vuelve para rescatar a la hija de un amigo suyo que han secuestrado los yakuza. Esta situación sólo sirve para que la película tenga un punto de arranque que sirva como excusa, lo que le interesa al guión es poner de relieve las diferencias entre lo nuevo y lo viejo, entre oriente y occidente. En un momento de la película, uno de los personajes dice: "Si un americano se vuelve loco, abre la ventana y dispara a la gente. Si un japonés se vuelve loco abre la ventana y se mata él. Aquí todo es al revés".

 En efecto, el Japón moderno y vanguardista convive con ese otro mundo antiguo regido por gente con su concepto ancestral de la justicia y que la aplica según sus códigos de honor. Un mundo donde lo verdaderamente importante es el honor, la culpa, la redención y su expiación ritual, poblado de gente que tiene promesas que cumplir, pese a quien pese y pase lo que pase. El "deber" lo es todo.
Tanaka Ken es uno de esos tipos, un hombre atormentado, un resto de otra época, un hombre antiguo que vive según los códigos del pasado. Un Yakuza.
Harry Kilmer ha vuelto para reclamar la "deuda" que le debe Tanaka Ken, pretende que le ayude a liberar a la hija de su amigo con lo cual, a su vez, él también adquiere una "deuda" con Ken, algo que no le hace mucha gracia.
 
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 Paul Schrader y Robert Towne son los guionistas de esta historia sobre el peso del compromiso, donde el concepto de culpa casi se hace físico y que retrata el fin de una época. Todos los personajes de la película tienen hijos y los van perdiendo a medida que avanza la historia, dándonos a entender que son los últimos supervivientes de un tipo de gente destinada a desaparecer. Una especie casi extinguida que se ha quedado sin herederos.

 Al principio de este post he escrito que esta es una película en la que se pueden rastrear muchas otras. Hay una escena en la que la cámara, de forma desquiciada, sigue a Harry Kilmer por un pasillo de forma que previene al espectador del estallido de violencia que va a suceder a continuación. Esta escena es un esbozo de la escena del pasillo de "Taxi Driver" donde Robert de Niro va asesinando gente de forma alucinada. "Taxi Driver" se rodó un año después de esta película. El guionista era Paul Schrader.

 Hay un concepto técnico a la hora de encuadrar - ya sea una película, una fotografía o una pintura- denominado "aire" que todos los cineastas suelen utilizar, en general, de forma ortodoxa. Imaginad que estáis rodando una conversación de dos personas en plano corto. La forma correcta (convencional) de hacerlo sería encuadrar a esa persona un poco hacia un lado y dejar un espacio vacío (aire) que suele coincidir con la dirección de la mirada de esa persona. Cuando haces el plano del otro personaje debería tener, tanto la mirada como el aire, hacia la dirección contraria para que una vez que se van alternando los planos y el diálogo en el montaje, el espectador lo perciba como dos tipos, uno enfrente del otro, que hablan de forma ordenada y en un espacio que, aunque fragmentado, nos resulta natural. Como todo esto es un lío explicado así, dejaré más abajo un par de fotos donde todo se explica por sí mismo.
Digamos que si encuadras a un personaje mirando hacia un lado y su nariz casi toca el borde del encuadre, lo estás haciendo mal, estás encuadrando al revés y, tal como es el mundillo del cine, enseguida se te considerará unánimemente un mentecato. Es una simple cuestión de caligrafía visual y, según la ortodoxia predominante en aquel momento, había que escribir sin faltas de ortografía, por supuesto. Hasta que llega un tipo y lo hace.

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 Ese tipo era Polanski y, arriesgándose a que todo el mundo lo considerase un merluzo, rodó una secuencia entre Jack Nicholson y Faye Dunaway con el "aire" cambiado en una película titulada "Chinatown". Los dos estaban al revés en el encuadre, de forma que al alternarse los planos en el montaje sus caras se iban acercando hasta que casi se tocaban, dándonos a entender su acercamiento emocional a través de la planificación técnica de la película. En cosas como esta consiste dirigir. Este recurso se convirtió en un hallazgo que corrió como la pólvora en su momento (mediados de los setenta) y, como siempre acaban estas historias, en lugar de ser una metedura de pata se consideró un golpe de genio de Polanski.
No sé de quien fue la ocurrencia, el mérito se lo llevó Polanski. Lo que sé, es que "Chinatown" se rodó un año antes que "Yakuza". El guionista de "Chinatown" era Robert Towne. Hacia el final de "Yakuza" hay una secuencia exactamente igual. Harry Kilmer, un occidental con unos valores parecidos a los de los japoneses, y Tanaka Ken son dos tipos que empiezan alejados y poco a poco se van acercando, nunca llegarán a apreciarse pero en su aventura y con desgana van forjando un vínculo poderoso de acuerdo a los valores de ambos, el del respeto, el del honor.
Son opuestos pero iguales.

 El final de la película sigue a rajatabla los patrones típicos de las películas del oeste. Cuantas veces hemos visto esa situación donde el protagonista con su pistola como única compañía se dispone, en desigualdad evidente, a enfrentarse a una banda de forajidos o a todo un pueblo en uno de esos duelos memorables de resonancia mitológica. Es una especie de "Sólo ante el peligro", salvo que en lugar de uno son dos. El clímax final es un duelo emocionante, áspero, de tiempo dilatado y pestañeo escaso. Tiene la misma carga de adrenalina, de intensidad, que el final de "Sin Perdón" otra película donde el pasado toma la forma de un vaso que se va llenando y llenando hasta que desborda.

 Harry Kilmer y Tanaka Ken van hacia un sitio donde les espera una muerte casi segura. Van porque tienen que ir, no lo conciben de otro modo. En ese duelo memorable, Tanaka Ken mata a tantos yakuzas que uno llega a perder la cuenta.

06 noviembre, 2011

It´s the end of the world as we know it



 Esta canción de R.E.M. sirve para ilustrar lo que algunos analistas ojeadores de futuro afirman atisbar: que el fin del mundo no se encuentra sólo en aquella pesadilla acartonada de una tercera guerra mundial o en el cambio climático, ninguneado desde que los problemas del mundo se han escorado hacia la economía y pensar en el ecologismo se ha convertido en un lujo. En la última semana han surgido voces que ven indicios, pequeños síntomas o indicadores no del fin del mundo sino de un cambio de época, quizá del mundo tal como lo conocemos.
Hay demasiados vientos de cambio en muchos terrenos. La economía, la política, la educación, la cultura, la religión, los antiguos países pobres, ahora llamados emergentes, están aporreando las puertas diciéndonos que el futuro les pertenece. Algunos, incluso hablan de una carrera armamentística de países conflictivos (sobre todo asiáticos) que, en el futuro querrían formar parte del juego global aunque sea a la fuerza. Según dicen, puede que estemos ante una de esas épocas de la historia donde caen unos imperios y surgen otros.

 En todo esto, que parece preocupante, sólo hay una cosa cierta: nadie sabe nada. Los que hoy afirman todo lo anterior, mañana pueden decirnos lo contrario. Esos analistas que siempre tienen respuesta para todo, ahora reconocen de forma unánime su desconcierto ante todo el tinglado económico y social. Todos afirman que es una época emocionante (para los que viven de las noticias, claro). Admiten que no se enteran de nada pero siguen acudiendo a las tertulias, soltando su visión particular y cobrando el cheque.            
La población, se enteró de la primera guerra mundial por la prensa, de la segunda por la radio. Ahora vivimos en el mundo de la información instantánea, puede que poco precisa (lo que hoy nos dicen se contradice mañana) pero instantánea que, al parecer, es lo emocionante. La veracidad se sacrifica en aras de la velocidad y todos se ponen de acuerdo para confundir el ritmo con la prisa. La información, la desinformación conveniente, la exageración y la repetición, nos aplasta de tal manera que parece una tenaza que nos impide hacer eso tan viejo de... pensar. De mirar hacia un lado para comprobar que el sentido común sigue viajando a nuestro lado. Puede que tengamos más datos que nunca pero tenemos las certezas de siempre. Ninguna.

 Yo, por mi parte, intento no preocuparme demasiado. Posiblemente, nos asemejamos a una suerte de Forrest Gump que va pasando por la historia sin ser consciente de que está cambiando abruptamente, de la misma forma que solemos tomar las decisiones más importantes de nuestra vida sin ser conscientes de su trascendencia.
Nadie puede predecir cómo será el mundo de aquí a 20 años ni qué será de esa entelequia denominada estado del bienestar (para unos pocos). Lo que sí se atisba es que lo que se haga ahora será lo que determine el futuro. Y eso es lo que da verdadero miedo, una vez comprobado que una pandilla de necios y mentecatos adictos a las reuniones inútiles son los que gobiernan el mundo. Seguramente deberían utilizar en las reuniones del G20 a matemáticos especializados en la teoría del caos (quizá provocado).      

 Estamos a 15 días de unas elecciones generales y nadie, ni el más optimista, se cree que estemos ante el principio de algo sino ante más de lo mismo. Todos los políticos se enjuagan la boca con las palabras ciudadanía, sociedad, legitimidad y demás chascarrillos mientras eso que llaman sociedad es cada vez más consciente de que somos usuarios padecedores de democracias deterioradas donde el verdadero partido se juega en Europa y además no tenemos entradas.
Cuando comenzaron los problemas, la política, en lugar de ponerse de lado de la sociedad en contra de los mercados, se convirtió en su cómplice. Asentaron de forma espectacular la idea de que la economía y los bancos deben de ser rescatados, pero los ciudadanos en general deben pagar el precio de la locura y la codicia de otros. Nos vendieron esta doctrina diciéndonos que no había ninguna otra alternativa, que los rescates y los recortes del gasto eran necesarios para satisfacer el ansia de los mercados financieros, un dragón eternamente hambriento. También nos dijeron que la austeridad, en realidad crearía empleo.

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 Ha pasado el tiempo, los recortes, la reforma laboral, las estupideces de unos y otros y la creación de empleo ha sido exactamente cero. El ejemplo más triste de todo esto es Grecia, después de sus terapias de choque, recortes drásticos y rescates varios, la mejoría ha sido notable. Ningún gobierno quiere oír que hay que invertir y gastar dinero público para crear empleo, han preferido moldear una época donde la palabra austeridad se convierte en una tendencia imparable y en la cual el gasto de los gobiernos y los programas sociales se recortan drásticamente. Como este método ha demostrado ser altamente efectivo, los políticos que vienen ahora nos prometen más de lo mismo. Cuando se comprueba que una receta funciona, para qué cambiar. La economía se ha convertido en una piedra que tropieza dos veces con el mismo hombre.

 La distancia que separa la política de los problemas de la sociedad es descomunal, la gente siente que la política le ha vuelto la espalda. Antes podían odiar determinados nombres propios, ahora odian a la política en general. Todos tienen la sensación de que los habitantes, la gente de a pie, son vistos como un estorbo por los políticos y sus asesores, esos expertos en pleitesía. No hay más que ver lo ocurrido con Papandreu esta semana. Al amigo Yorgos se le ocurrió una idea genial que dejó literalmente pasmados a todos los líderes y escamoteadores de la unión europea: consultar a la gente, preguntarle algo a la ciudadanía o, más vulgarmente, al marulamen. Santo Dios. No se ha percatado de que lo de democracia era una forma de hablar, como cuando dices que Kiko Rivera te cae bien.

 Lo cierto es que la economía necesita de forma desesperada una solución a corto plazo que nadie está dispuesto a asumir y mucho menos los embaucadores de tres al cuarto que dirigen el cotarro. En palabras de Paul Krugman "cuando uno sangra profusamente por una herida, quiere un médico que le vende esa herida, no un doctor que le dé lecciones sobre la importancia de mantener un estilo de vida saludable a medida que uno se hace mayor". Mientras tanto, ahí seguimos, desangrándonos.
Es maravilloso ver a los economistas intentando explicar el estado actual de las cosas. Unos economistas que en el mejor de los casos no supieron ver lo que se avecinaba y en el peor de los casos se callaron para no ser aguafiestas o, incluso, sacaron partido del descalabro. Ahora dan lecciones.

 Que nadie se inquiete por el fin del mundo, a estas alturas, la credibilidad de analistas, economistas y políticos es inexistente. Es posible que el mundo se acabe de repente y nos pille mirando el twitter, leyendo el Marca o viendo alguna serie de zombis.