30 octubre, 2011

Jungle Drum



 Emiliana Torrini. El vídeo que hay encima, con la canción pegañenta y dominguera de hoy, se rodó para promocionar Islandia.

 Ahora la publicidad vive en un mundo cada vez más agresivo e irracional donde son incapaces de distinguir entre lo efectivo y lo invasivo. No interesa. El mundo publicitario se ha convertido en sinónimo de copia, sucedáneo y desprecio de los usuarios a los que va dirigida. Un ejemplo de esto es como han convertido en hombre-anuncio a los comentaristas deportivos, que se pasan dos horas anunciándonos con patetismo la próxima serie de supuesto éxito del jueves que viene.
No les importa provocar lo contrario de lo que pretenden en la gente: hastío, aburrimiento infinito o, simplemente, asco. Lo suyo es la insistencia.

 El spot que he dejado más arriba, "Inspired by Iceland", surgió hace algo más de un año y se propagó de forma viral a todos los rincones de la red con un éxito notable. Sorprende la frescura y la originalidad a la hora de promocionar un país en el que no hay literalmente nada y que consigan extraernos una sonrisa con unos cuantos adolescentes tipo Tommy Hilfiger bailando y haciendo el idiota con un canción contagiosa.

 Islandia, nos ha dado recientemente otro ejemplo de modernidad: han sido los primeros en meter en el trullo a algunos banqueros y especuladores que llevaron al país a la bancarrota. Algunos (pocos) de los responsables del descalabro económico han ido a la cárcel.
Esto no se ha propagado de forma viral.

27 octubre, 2011

Milagro en Milán

 Por lo que parece, estamos asistiendo al espectáculo de lo que ocurre cuando la gente influyente se aprovecha de una crisis en lugar de intentar resolverla. Vivimos una época donde cualquiera rezuma heroicidad y recibe sonoros aplausos por parte de las instituciones si promueve el quitarle el pan de la boca a los pobres, ya sabéis, esos aprovechados que, en lugar de gastar lo que no tienen, se niegan a consumir. Cuando llegan los malos tiempos y la pobreza aumenta, la cosa no da para tanta gente y, en lugar de solucionar, los grifos se cierran. Lo de antes no era caridad o solidaridad. Eran las sobras.

 En los años posteriores a la segunda guerra mundial, surgió en Italia un cine que, de múltiples maneras, se ocupaba de los desamparados. Se le puso una etiqueta, Neorrealismo italiano, y tuvo grandes cultivadores: Roberto Rossellini, Luchino Visconti o Suso Cecchi d'Amico. Posiblemente el más famoso e influyente de todos ellos fue Vittorio De Sica que, junto con su guionista habitual, Cesare Zavattini, fabricaron cuatro de las películas más famosas de esa época.
Juntos, hicieron "El limpiabotas", que se ocupa de la situación de los huérfanos después de la guerra, "El ladrón de bicicletas", que habla sobre el paro, sobre la falta de trabajo o de futuro y "Umberto D" una película acerca de los pensionistas y los jubilados acorralados cuya pensión no les llega para sobrevivir. La cuarta, es de la que escribiré hoy un ratillo, la peli rara del neorrealismo: Milagro en Milán. Vittorio de Sica. 1951. Un canto a la gente humilde, donde los pobres tienen derecho a la vida.
 
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 El origen de la película fue una fábula que versaba sobre la bondad de los seres humanos. Zavattini la escribió para contársela a sus hijos y De Sica la convirtió en una película que trata sobre la buena gente. Una especie de cuento social dotado de un humor absurdo y donde predomina la magia pero sin Harry Potter. Aparentemente es una historia ingenua e idealista pero por debajo es una sátira feroz acerca de la realidad de su tiempo, la miseria de la posguerra en Italia.

 El argumento, surrealista, es como sigue. Una anciana encuentra un bebé en la huerta como si de Moisés se tratase, sólo que, en lugar de cesta y río, el niño nace entre repollos. La anciana lo adopta y lo bautiza con el extraordinario nombre de Totó. A la edad de diez años, el niño está recitando la tabla de multiplicar a su madre adoptiva postrada en la cama. Totó se da cuenta de que la anciana se dispone a morir, tú también lo sabes, lo que no sabes es cómo demonios se puede utilizar la tabla de multiplicar como premonición de la muerte, pero el caso es que lo intuyes.
Totó, único asistente al entierro de su madre, va siguiendo la carroza fúnebre en un ambiente fantasmagórico de calles lluviosas y desoladas en unas imágenes que llevan la congoja pegada. A continuación, lo internan en un orfanato.

 En el siguiente plano, Totó sale del orfanato hecho un hombre pero, a la vez, convertido en alguien inocente, simple, que no tonto. Su ingenuidad y su escasez de malicia acaban llevándolo a un poblado de los arrabales donde la película se vuelve tan surrealista que parece una especie de "Amanece que no es poco" chabolista. Hay una escena en la que Totó está jugando con una niña alrededor de una puerta clavada en mitad de un descampado que parece una secuencia arrancada de una película de Chaplin e incrustada en esta historia por un montador que, como pegamento para los planos, utiliza la tristeza.
El parecido con Chaplin no es casual, toda la película tiene una corriente subterránea dominada por el cine de Chaplin, con su humor, su picaresca, su ingenuidad y su profunda amargura. Esta, es una de esas películas que ponen de relieve los vasos comunicantes que hay entre los diferentes creadores de cine. Cómo hay películas que les entusiasman y toman cosas que luego adaptan en sus trabajos y lo denominan influencia. Muchos elementos que aparecen en esta historia han sido copiados luego en películas de Fellini, Berlanga o Woody Allen.

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 Totó, que posee una extraña cualidad celestial (es algo así como una especie de ángel o santo) se convierte en el centro de un poblado donde, a saber por qué, los pobres tienen globos atados a los techos de hojalata de las chabolas. En un mundo de calor para unos pocos y frío para la inmensa mayoría, los pobres frioleros corren detrás de un rayo de sol para poder calentarse. No se pronuncia la palabra hambre pero, cuando alguien coge un globo, los demás deben agarrarlo ya que su peso hace que se levante en el aire. De Sica, hace visibles a los que habitualmente tratamos como invisibles, nos pone delante a los mudos haciéndose escuchar sin que griten, aquí no hay ira e indignados, todo es pureza e inocencia.

 La madre fallecida de Totó, se aparece en el cielo del poblado (algo que retomaría Woody Allen en "Historias de Nueva York") y le regala una paloma capaz de hacer realidad los deseos de todos y cada uno de los pobres, que se ponen en fila para hacer su petición. Esta escena la repetiría Berlanga en "Bienvenido Mr Marshall" cuando se supone que van a venir los americanos dejando regalos a diestro y siniestro y todo el pueblo hace cola para cumplir sus sueños, aunque estos consistan en un tractor o en convertir en sheriff a Pepe Isbert.

 Cuando se descubre petróleo en el poblado, los ricos y los policías intentan desalojar a los pobres, de forma que la paloma se convierte en un arma (peculiar, eso sí) de resistencia para evitar la evacuación, haciendo posibles unas triquiñuelas y unos efectos especiales que hoy se nos antojan como cutres pero que no son, ni de lejos, lo más surrealista de toda esta historia. Porque hay que ver a una delegación de pobres que va a visitar al rico propietario del terreno en el que se ubica el poblado (un ricachón sospechosamente parecido a Mussollini) para descubrir que tiene a un hombre colgado de la fachada de un tercer piso, cuando lo acercan a la ventana mediante una polea, el hombre les dice el grado de humedad ambiental. Es un hombre termómetro.
A continuación, el rico les da lecciones de igualdad. Nada hay tan desigual como ver a un rico afirmando que todos somos iguales.
Pese a lo estrafalario de la situación, los personajes son tratados por la película con una enorme dignidad. Quizá sea esa la mayor característica del neorrealismo italiano, la piedad y el respeto con el que tratan a sus personajes. Si alguien quiere saber en qué acaba la cosa, tendrá que ver la película.
 
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 Para comprender por qué esta película, pese a su antigüedad, sigue vigente, sólo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor y ver cuanto hemos mejorado en 60 años.
Si alguien no tiene a dónde ir, cualquier habitante de una ciudad debería alegrarse de que, al menos, pudiese dormir en los bancos, los parques o las vías públicas. Los indigentes, en numerosas ciudades, prefieren dormir de día. De noche, temen ser robados o que les prendan fuego.
No hace mucho, leía en el periódico que nadie sabe qué hacer con unos indigentes a los que se considera desechos. "El pobre es el equivalente del objeto después del consumo: un resto que fastidia. Tal vez este problema social pueda coincidir en breve con el tratamiento de las basuras domésticas: un problema de ecología y gestión de sobrantes humanos y materiales".
Una posibilidad sería poner a los pobres en órbita. El problema es el coste.

23 octubre, 2011

Finale



 Ennio Morricone.

 Cuando era pequeño (todavía lo soy), los noticiarios abrían con demasiada frecuencia con amasijos de hierros, caras ensangrentadas, escombros y cristales rotos. El país vasco era un sitio de color gris plomo.

 Al parecer, esto se ha terminado. Después de muchas décadas, el futuro ha acudido a la cita. La canción que hay sobre estas pocas líneas se titula "Finale", un tema emocionante que está muy por encima de la película a la que pertenece: "C´era una volta il west".
La mirada de Claudia Cardinale en este vídeo, apunta hacia el futuro, aunque ya nunca podrá evitar mirar el pasado de reojo. Para mucha gente, puede que sea el único camino que queda, intentar que el pasado deje de ser una colección de silencios. Intentar construir.

 En la marina británica del siglo XIX, tenían un dicho recurrente ante la llegada de tiempo inestable: "Hay que proteger las lámparas, una ráfaga de viento puede apagarlas".

 Puede que estemos en un tiempo de proteger lámparas.

20 octubre, 2011

In the mood for love

 Los políticos y los empresarios son, sin duda alguna, los dos gremios más odiados actualmente en este mundo elástico que ya es grande y pequeño a la vez. Grande en extensión geográfica y pequeño y rápido gracias a la tecnología. Hace un par de semanas, sin embargo, se produjo un duelo global por la muerte de un empresario que dinamitó esa barrera de odio. Que, en lugar de las habituales muestras de condolencia tipo "descanse en paz" y similares, el mensaje unánime a nivel mundial haya sido "gracias" es muy significativo. Como todos habréis adivinado, me refiero a Steve Jobs.
Su muerte tuvo tanta repercusión que, más bien, parecía que Lady Di se hubiese muerto dos o tres veces. Los medios de comunicación le dieron un tratamiento tan mesiánico al asunto que el sábado siguiente estuve todo el día ojo avizor: si al tercer día llega a resucitar, yo también me hubiese cambiado a Mac. Pero no resucitó, y ahora hay dos tipos que van a tener que asumir un marrón de proporciones épicas. El primero de ellos es un fulano llamado Tim Cook, el tipo que tiene que sustituir al Mesías en Apple. Imaginad su cara ante algo que, más que un reto, parece una situación como aquella donde te dan un regalo envenenado y tienes que decir que mola.
El segundo tipo, claramente enmarronado por la muerte de Jobs, es John Malkovich. Las oficinas del paro ya se están preparando para recibirle. A la vista de los acontecimientos, parece imposible que Steve Jobs no lo sustituya en el nuevo anuncio de Nespresso.

 Bromas aparte, lo cierto es que todo el mundo, de una u otra forma, con poesía o biografía, vino a resaltar la misma característica que lo identificaba ante el mundo: el ser distinto, diferente.
Steve Jobs no inventó nada y, aún así, fue capaz de cambiar la vida cotidiana de millones de personas, que ahora serían incapaces de seguir su día a día sin uno de esos cacharrillos electrónicos con una manzanita detrás. Consiguió extraer lo esencial y comunicarlo de manera sencilla y eficaz, fue capaz de conseguir que la gente le perdiese el miedo a las máquinas y a la electrónica con instrucciones complicadas y engorrosas y que interactuase con los cacharrillos con el golpe de un solo dedo.
Convirtió lo complicado en sencillo, puede que su elevación a los altares de los genios universales tenga algo que ver con esto. No parece que Steve Jobs, al morirse, se haya ido al "más allá". Más bien, parece que Jobs ya vivía en el futuro, en ese "más allá" desde donde traía sus ideas al "más acá".
Es posible que fuese un tipo insufrible en la distancia corta, pero lo cierto es que, su talento y su visión del futuro, le permitieron mirar hacia atrás y no ser capaz siquiera de divisar a sus competidores, los cuales parecían resignarse a ser meros espectadores de la siguiente vuelta de tuerca de Jobs para, a continuación, imitarlo. Hay gente que se atreve a abrir nuevos caminos y gente que sigue los caminos que abren otros. Jobs no era de estos últimos.

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 Seguro que recordáis cuando comprar un ordenador era meter en tu salón una especie de mamotreto ruidoso y gigante. Apple dejó de romper la estética de los salones (en caso de haberla) cuidando el diseño de forma extraordinaria, provocando que sus adoradores admiren la apariencia de sus aparatos a la vez que se sienten parte de un club exclusivo y elitista que no descuida la belleza. Apple nos recordó que los objetos cotidianos y los instrumentos pueden y "deben" ser bellos. Incluso transformó a sus compradores, a su vez, en vendedores. ¿Quién no ha visto a un usuario de los múltiples cacharrillos de Apple predicando sus extraordinarias virtudes e intentando vender a otro que han cambiado su vida?.
No doy más la tabarra con Steve Jobs y voy a lo que quería escribir después de este rodeo considerable: de la belleza y de una película llamada In the mood for love. Wong Kar Wai. 2000.

 La acción transcurre en Hong Kong en los años 60. Los dos protagonistas descubren que sus respectivas parejas les están engañando entre ellos. Poco a poco se van viendo con más frecuencia, pasean por la calle e intentan comprender como ha ocurrido. Casi sin darse cuenta la intimidad va aumentando entre ellos. La película nos enseña cómo las oportunidades perdidas se convierten en un recuerdo permanente. Es una historia de amor, de aquello que pudo ser y nunca fue...

 En el primer plano de esta historia, la protagonista, Maggie Cheung (bellísima), abre una ventana. Esto es como una declaración de intenciones, algo así como si fuésemos a ver la película a través de esa ventana. A lo largo de la película hay muchos planos a través de cristales, ventanas, visillos etc que nos dan a entender que somos testigos distanciados de la historia que va a suceder.
Es bastante difícil describir una película de Wong Kar Wai porque sus películas no empiezan ni acaban, digamos que forman parte de un "todo" donde, incluso los mismos personajes repiten algunas películas. Es como si todas sus películas juntas fuesen una. Todas con los mismos temas, todas iguales, pero todas distintas. Posee una forma totalmente distinta de contar una película, la historia avanza sobre la articulación de repeticiones, ecos y retornos visuales y sonoros. Su manera de narrar una historia no tiene nada de académica, no hay planos ni encuadres con una composición a la que llamaríamos clásica, es decir, no hace planos generales, planos medios o primeros planos. Crea su propia sintaxis, fragmenta el cuerpo de los personajes -vemos pasos, caderas caminando...- y puede montar una grúa o un travelling para seguir una mano o un brazo. Sin duda, se arriesga, confía como pocos en el poder de las imágenes que crea. El plano-contraplano no existe y la película ni siquiera tiene un final. Y nada de esto importa demasiado.

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 Este director es uno de esos tipos que frecuentemente son denostados o menospreciados por su afán esteticista. Para él, la forma de contar la historia es lo que hace que el contenido tenga un significado. Su estilo es poético, se basa más en la sensación que en la narración, no tiene nada que ver con una forma de narrar convencional o Hollywoodiense. Es como si la esencia de todo fuese capturar un instante, una sensación, no un argumento. No importa lo que dice sino lo que sugiere. Wong Kar Wai logra que su película pise terrenos cercanos a la poesía, esto lo consigue -a mi modo de ver- mediante dos recursos tan viejos como el mundo pero que en manos de este director se convierten en dos herramientas nuevas: El fuera de campo y la elipsis.

 A los cuatro o cinco minutos de película hay una escena donde la protagonista está en el pasillo hablando con su marido (al que oímos en off) a través de la puerta, ella entra, la cámara se queda con el pasillo vacío, ella sale. Cuando sale te das cuenta de que ha entrado a dar un beso a su marido. ¿Como lo sabes?. No lo has visto. No lo has oído. Sin embargo, lo sabes. Lo que no ves, lo que esta fuera de campo estimula nuestra imaginación, hace que el espectador participe, que se sienta cómplice. Trata al espectador como alguien inteligente, algo novedoso en estos tiempos.
En la película hay un montón de momentos como este donde la cámara se detiene en la antesala del acontecimiento (fuera de campo), con planos en el pasillo mientras la acción transcurre en la habitación. Por ejemplo, jamás vemos a la pareja infiel, solo los oímos en off. Esto es lo que hace que sea más importante lo que se sugiere que lo que se ve.

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 El vestuario de Maggie Cheung. Posiblemente, de lo más deslumbrante que se vio en la pasada década en lo que a estilismo se refiere. Supongo que no le descubro nada nuevo a nadie si digo que las diferentes piezas (planos) que forman el puzzle de una película se ruedan de forma desordenada. Salvo escasas excepciones, no es muy difícil que se ruede una conversación cara a cara de dos actores con el plano de uno de ellos grabado hoy en California y el contraplano del otro actor se grabe dos meses después en Normandia. Ya os podéis imaginar la dificultad técnica que conlleva todo esto a la hora de que el espectador vea la película y asuma todo este falseo como natural y no se percate del engaño. Para que la mentira funcione hay que recrear una serie de factores (luz, vestuario...) en ambas situaciones. De la coherencia de todo esto (y de otras cosas) se ocupa una persona denominada "script", suele ser la responsable de que no haya lo que denominan fallos de raccord o, más comúnmente, gazapos. Imaginad que estáis viendo en el cine una secuencia normal con dos personajes hablando, sin ningún salto en el tiempo y con raccord (continuidad) directo, y entre un plano y el siguiente por corte directo hay un error en el vestuario y la actriz, entre unos planos y otros, tiene otro vestido cuando debería tener siempre el mismo. Puede ocurrir.

 Ahora imaginad que veis esto en una película (la que nos ocupa), y cuando crees que es un gazapo, de repente te das cuenta de que el vestido de la actriz está siendo usado para hacer elipsis temporales (saltos en el tiempo), y que la secuencia que parecía una por montaje y argumento, realmente son tres y el paso del tiempo se marca con el vestido, de lo contrario jamás te darías cuenta de que esa secuencia ocurre en días distintos. Y te quedas con cara de tonto porque el señor Wong Kar Wai considera al espectador una bestia inteligente capaz de entender y asumir con naturalidad todo lo anterior.
Aquí, el vestuario no sólo se usa para crear o definir a los personajes sino para que te guíe en los saltos temporales, se utiliza como reloj, marca el paso del tiempo, de los días. Y no he dicho nada de la belleza de esos vestidos.

 Este director creció en el Hong Kong de los años 60, en una época donde era una especie de colonia británico-china con los mayores centros financieros de Asia. Imagino que era una ciudad de cruce de culturas, donde en la radio había música china, americana o filipina y que de ahí viene la música de sus películas. Esa es otra, la música de sus películas, nadie utiliza la música así.
Hace un uso de la cámara lenta -como si pretendiese dilatar el tiempo- fusionado a la  música, como si ésta fuese un eco de músicas del pasado. Como si tuviese nostalgia por un tiempo que no puede volver y del que nos quedan ecos: una canción fugaz, el humo de un cigarrillo...
La película es una progresión de elementos repetitivos, espacios que retornan, relatos incompletos, viajes a ninguna parte, es como si los años 60 en Hong Kong fueran un mundo de recuerdos perdidos, como si estos fragmentos fuesen imágenes rescatadas de la memoria. Al igual que la música, se repiten los espacios geográficos: casas de comida, cruces de caminos, calles, pasillos de hotel, lámparas bajo la lluvia...
Todo esta construido en base a la sensación de soledad, de lo efímero, de los recuerdos, el desamor, la incomunicación, la frustración por un pasado perdido.

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 Es una de esas películas que no tiene un término medio, a unas personas les apasiona y otras la despachan con adjetivos como pretenciosa, aburrida, relamida o simplemente la odian. En todo caso, merece la pena verla. La apuesta de Wong Kar Wai por la belleza y la elegancia es total. Al final del post dejaré un enlace en el que habrá más fotografías de la película para aquel que quiera verlas.
En su momento, fue una de esas historias que se van abriendo hueco a través del boca-oreja hasta que terminan convirtiéndose en una tendencia imparable. La estética y los colores de esta película lo invadieron todo en los años posteriores a su estreno, no era nada difícil rastrear el tono visual de In the mood for love en sesiones de fotos de moda, escaparates de tiendas de marcas punteras o, incluso, en el papel de las paredes de tiendas o bares.

 La belleza es un rasgo enormemente hipócrita. A la hora de elegir, todo el mundo opta (generalmente) por lo que le entra a través del ojo, para luego hablar de la importancia de la belleza como algo frívolo, superficial y peyorativo. Enseguida se despacha presurosamente lo bello como algo esteticista o vacío. Al parecer, uno es muy sabio cuando condena el tomar decisiones basándose en la belleza mientras acaricia su Iphone en el bolsillo. Yo, qué le voy a hacer, no me parece que la belleza sea un rasgo que se deba menospreciar. Soy más de la opinión de Oscar Wilde: "Sólo los superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible".


   "Él recuerda aquellos años como si mirara a través del cristal de una ventana cubierta de polvo".



                                   Más fotos de la película -->

16 octubre, 2011

I left my heart in San Francisco



 Julie London. Una de esas canciones de escuchar en una noche tranquila. Este tema también fue interpretado por Tony Bennett, Peggy Lee, Frank Sinatra y cualquiera que pasase por allí en los 50 o los 60. A mí me gusta esta versión.

 La canción es una especie de homenaje a San Francisco, esa ciudad de cuesta empinada y terremoto previsible, con puente famoso, niebla en la bahía y tranvías con una campanilla que siempre suena, al parecer, cuando pasan por delante de uno.

 San Francisco no se despista nunca, está presa de un posado eterno durante las 24 horas del día. Por eso es una ciudad apropiada para pasear cámaras de cine o cualquier otro cacharrillo de antepenúltima generación con un dispositivo captador que atrape imágenes.

10 octubre, 2011

Claudia´s theme



 Lennie Niehaus & Clint Eastwood. El tema instrumental más bello de "Sin Perdón", esa película de trigo que se balancea con el viento al atardecer, de gente que tiene cicatrices pero no sólo en la cara, de tipos que siempre han tenido suerte cuando se trataba de matar, de pistoleros cansados que empiezan buscando dinero fácil cuando lo que buscan es redención.

 A William Munny, no le gusta que utilicen el cadáver de su amigo para decorar el bar del pueblo. Por eso se acerca al local escopeta en mano, para que cualquier espectador de cine sepa en qué consiste eso de hacer "un buen final".

02 octubre, 2011

Cheek to Cheek



 Louis Armstrong & Ella Fitzgerald. La canción comienza con Louis Armstrong  diciendo "Heaven...", en ese momento ya estás atrapado por este tipo que usa como armas una voz más rota que la economía griega, una boca llena de dientes, una sonrisa eterna y una trompeta caprichosa que selecciona el aire que deja pasar a su través.
Como esto no era suficiente para este tema inolvidable de Irving Berlin, canta con Ella Fitzgerald, una voz que convierte a una canción en elegante casi sin querer.

 Tres tipos capaces de cambiar en segundos el estado de ánimo del que escucha.

 Buen domingo a todos.