06 diciembre, 2010

Walker Evans

 Todavía no se había generalizado el uso médico de los rayos X cuando Walker Evans ya hacía radiografías. Sin querer, o queriéndolo, el tiempo lo ha convertido en uno de los grandes exponentes de la fotografía del paisaje cultural americano. La arquitectura, el nuevo paisaje industrial, la Gran Depresión, el campo, la ciudad, la segregación racial, la experiencia urbana… acaban formando parte del retrato colectivo y anónimo que hace este fotógrafo de la sociedad de su tiempo. El resultado de su obra, vista ahora con distancia, es la radiografía asombrosa de un territorio, América. No sabes cómo… pero lo hizo.

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 Retrató desde la humilde vivienda de una familia minera hasta los rótulos de una tintorería o las señales de tráfico. Supo atrapar como nadie esos detalles que suelen pasar inadvertidos para la mayoría, pero que definen de forma exacta la América de la época que le tocó vivir. Se fija en las cosas escondidas que tenemos delante de nuestros ojos, a simple vista, cosas a las que los demás no prestamos atención o se nos escapan por el rabillo del ojo.
Huye de lo “artístico” y lo “comercial”, desprecia la fotografía de naturaleza y paisajes, sólo muestra interés por los rostros humanos y por todo aquello que tenga que ver con la mano del hombre. Rechazó el retrato hecho en estudio (en esa época, bastante estereotipado y artificial), le gustaba retratar los rostros de sujetos desconocidos, casi siempre gente con la mirada perdida. Muchos interiores vacíos fotografiados por Walker Evans, en el fondo, son también retratos de las personas que habitan en ese espacio.

 Esta forma de entender la fotografía, lo convirtió en un fotógrafo itinerante, urbano, observador atento de ciudades (Nueva York, La Habana, Nueva Orleáns, Chicago, Detroit) defendiendo, mediante sus imágenes, el uso testimonial de la fotografía ante la realidad, es decir, su carácter documental.
Sus fotos tienen el punto de vista del caminante, algo así como si el que dispara fotos fuese un testigo imparcial de su tiempo o pretendiese captar una “huella de la realidad” mientras va paseando por la calle. Le interesaba la descripción limpia de lo cotidiano, extirpando cualquier afán de esteticismo en todas sus imágenes que, quizá por esa simplicidad, esa inmediatez o esa forma de ir al grano, poseen una energía, una pureza y una claridad que parece tener su origen en la ausencia bastante evidente de pretensiones artísticas. Sin duda, era enemigo del adorno superfluo. Todas sus fotografías de lo cotidiano poseen belleza, pero también miseria y, algunas, una extraña tristeza.

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 Entre 1935 y 1938 se incorpora a la Farm Security Administration (FSA), un programa impulsado por el presidente Roosevelt en apoyo de la población rural, castigada por la Gran Depresión económica del 29. Su objetivo era mostrar la pobreza extrema de la América rural del sur y el oeste del país a los ciudadanos de la América urbana del norte y el este, para que estos no sólo se sintieran unos privilegiados, sino que se convencieran de lo necesario de apoquinar sus impuestos.

 Querían imágenes genéricas, sentimentales, políticas y cercanas a la propaganda (buscan convencer). Walker Evans, siempre alejado de cualquier compromiso político, rechaza el trabajo de propaganda ideológica característico de la FSA y aprovecha las ventajas materiales (desplazamientos, etc) para hacer trabajos de mayor libertad creativa (algo que no gustó en la FSA). Evans creía que sus imágenes eran documentos, no propaganda. Sus fotos eran frías, distantes, con una denuncia evidente pero sin lugares comunes o concesiones al sentimentalismo. El jefe de la FSA perdía la paciencia con él, incluso le dictaban las escenas que debía fotografiar y le ordenaban que trajese el mayor número posible de fotos en ellas. Como respuesta trajo la mayor escasez productiva de todos los fotógrafos de la FSA. Cuando le despidieron por ser “insuficientemente político”, pronunció una de esas frases en las que se desconoce su grado de realidad o invención (que más da), dijo: “fotografié mi propio despido”.
De alguna manera, era cierto.

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 Sus fotos de este período suponen el nacimiento de un nuevo género fotográfico, el del viaje por caminos en fuga hacia ninguna parte, viajes que inspirarían más tarde a Robert Frank. Evans recorre las venas de América, viajando por el flujo sanguíneo hacia las heridas, pasando por los sitios donde se escapaba la sangre de los desfavorecidos de América, aquellos para los que el sueño americano había pasado de largo, expulsándolos hacia la cuneta del camino.
A su vuelta, trae un puñado de imágenes que son un estudio profundo del país, de sus modos y condiciones de vida, imágenes que nos muestran la trastienda del “american way of life” y que se convertirían en iconos referenciales del siglo XX. Junto con Dorothea Lange, arrancó fotografías que se convirtieron en símbolos del mundo moderno (la serie de los aparceros de Alabama), llegas al punto de dudar si Evans fue el primero que descubrió y se fijó en ese mundo o si fue él realmente quien lo inventó.

 Cuando, hoy en día, vemos películas ambientadas en la época de la Gran Depresión, parece que estás asistiendo a una galería fotográfica de Walker Evans y algunos otros fotógrafos. El vigor de esas imágenes es tal que ya pertenecen al subconsciente colectivo, si esas películas son en blanco y negro (Las uvas de la ira, La ruta del tabaco) la simbiosis es total.
Que los cineastas elijan las imágenes de Walker Evans a la hora de recrear esos ambientes de otra época es una prueba de que esas fotos han superado el duro examen del paso del tiempo y se mantienen modernas y frescas como una trucha de arroyo de montaña. Ahora que estamos inmersos en otra Gran Depresión de enormes proporciones, los medios de comunicación vuelven una y otra vez a las imágenes que crearon estos fotógrafos “recorredores” de los caminos de América, subrayando su enorme modernidad. De hecho, entre esas fotos y las de las zonas deprimidas de la actualidad, hay una asombrosa distancia corta.

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 Del 45 al 65 se incorpora a la revista “Fortune” y se convierte en colaborador habitual, elige libremente los temas de sus trabajos y controla toda su publicación (él mismo escribe los textos de acompañamiento). Pero donde Evans dará un giro a la fotografía de su época es en la forma de entender el libro fotográfico. Su asociación con el escritor James Agee produjo uno de los libros de culto que funden la literatura con la fotografía de forma notable: Let´s now praise famous men (Elogiemos ahora a hombres famosos. 1941). Libro por excelencia sobre la Gran Depresión, que trata las vidas de tres familias de granjeros de Alabama.

 Más abajo dejaré un enlace para que, a aquellos que les apetezca, echen una ojeada a algunas fotos más de Walker Evans. Haciendo un repaso visual a todas sus imágenes, vemos que tenía una extraña fijación por los caminos en fuga hacia el fondo de la imagen, así como un gusto total por la frontalidad, tanto en los retratos como en los exteriores y las fachadas de las casas.
Los símbolos también fascinaron a Evans, sus fotografías están llenas de anuncios promocionales, carteles, posters cinematográficos, portadas de revistas o algún tipo de expresión gráfica. Hacia el final de su vida se aficionó a la manifestación espontánea y a la rapidez que le aportaba la fotografía polaroid. Sus polaroids, además de enseñarnos señales de tráfico, graffitis o retratos, también nos “revelaron” su gusto por el color.

 No está nada mal para un tipo que empezó teniendo aspiraciones literarias y acabó contando sus historias a través de imágenes que ya son un referente icónico de las fotografías del siglo XX.

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